La Era de los Héroes 001: El Fulgor y las Tinieblas (especial precuela de Los Caídos)

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Autor: Magnus Dagon
Ilustración de cubierta: José Antonio Marchán

El pasado nunca volverá. Eso es algo que todo el mundo asume tarde o temprano. En sus huellas, sin embargo, está la llave que nos conducirá a nuestro propio futuro. Que nos permitirá cerrar el círculo que da sentido a toda nuestra existencia.

[Nota del autor: esta historia se desarrolla antes del número 001 de Los Caídos]

Fulgor

La actividad en el Puerto Colonial de Ernépolis I siempre era frenética e incansable. No en vano aquella era una de las ciudades con mayor tráfico aéreo de todo el planeta, y eso era un detalle que no pasaba por alto a ninguno de los que pisaban por vez primera la entrada neurálgica de la ciudad. El hormiguero de naves espaciales, tanto de distancias interplanetarias como intraplanetarias, trazaba peculiares dibujos en el firmamento, carreteras y autopistas invisibles detectables gracias al rastro lumínico de los vehículos proyectado sobre la silueta del cielo nocturno.

Mucha gente miraba hacia arriba con preocupación, por otro lado. Los niveles de contaminación se estaban disparando y cada vez más la polución se condensaba en nubes separadas, a las que se empezaba a estudiar como verdaderos fenómenos físicos sin igual. Algunos científicos trataron de dar la voz de alarma pero sus voces fueron acalladas por medio de declaraciones oficiales destinadas a desmentir o suavizar la severidad de sus conclusiones empíricas. Para el poder económico y político aquella contaminación sólo era una pequeña tara a sufrir en beneficio del Estado del Bienestar.

A pesar de aquellas nubes, decían, Ernépolis sería sin duda una ciudad próspera, y llena de luz y vitalidad.

Entre el conjunto interminable de naves que aterrizaban hubo una que no tardó en destacar entre las demás. No era hermosa, ni brillante, pero poseía un carisma personal que la hacía ser una entre un millón. Se puede saber mucho de un piloto con sólo conocer su nave, y aquella que estaba acercándose a su pista solicitada había viajado mucho y muy lejos, hasta confines del Universo que ninguna otra nave, al menos que se supiera, había conocido jamás. Lejos, tan lejos, que el gris bruñido de su casco era un estallido de color comparado con los tonos muertos de los increíbles mundos devastados y abandonados que había conocido, explorado y documentado.

La nave tomó tierra y los ingenieros de vuelo acoplaron los sistemas de reparación a sus partes dañadas. No regresaba de un crucero de placer precisamente. El ala derecha estaba mellada, y los dos estabilizadores laterales habían sido arrancados de cuajo. Fue en ese momento cuando se dieron cuenta de que era poco menos que un milagro que hubiera logrado maniobrar adecuadamente entre tanto tráfico.

La carlinga monoplaza se abrió y el piloto salió de su reducido habitáculo. De un salto, sin esperar a la escalerilla, posó los pies en el suelo, protegidos por un par de pesadas botas. Los ingenieros le saludaron con estilo militar nada más descendió. El piloto contestó de igual manera y se quitó el casco.

—Espero que su misión de exploración haya sido un éxito, Capitán —declaró orgulloso el jefe de ingenieros.

—No hace falta que sea tan formal, Jefe. Ya sabe que mi rango es sólo honorífico.

—Nosotros más que nadie, Capitán, sabemos que todos los puestos son importantes en el conjunto. Un explorador no tiene menos derecho a ser tratado con honor que un soldado, y menos uno con un historial tan lleno de méritos como el suyo.

—Agradezco el cumplido, pero de no ser por usted y su equipo, viajes como este harían de la Trigger poco menos que un montón de chatarra irreparable —dijo el piloto mirando a su nave con admiración.

—¿Partirá en breve, Capitán?

—Espero que no. Llevo ya varias semanas ausente de Ernépolis, y hay gente que me echa de menos… gente a la que no estoy prestando la atención que se merece —acabó agachando ligeramente la mirada.

—Entiendo. Vaya sin más preocupación. Nosotros cuidaremos de esta belleza.

—Se lo agradezco infinitamente.

—No tiene nada que agradecerme, Capitán Scream.

—Insisto, llámeme John. No sea tan formal.

***

John Scream puso rumbo a su departamento privado con la sola idea de darse una ducha, ponerse la tan deseada ropa civil y regresar por fin, por tiempo prolongado, al anhelado hogar. Llevaba mucho, mucho tiempo pensando en ello, convirtiéndolo en su esperanza, su alimento para pensar en días mejores. En poder llevar por fin una vida normal.

Agachó la cabeza. Vida normal. Sí, claro. Quién sabe lo que habría pasado en la ciudad desde que estaba ausente de la misma. Tal vez una guerra de bandas en Los Túneles, o algún psicópata que estuviera sembrando el terror en los alrededores de los Edificios Desahuciados. Esas cosas pasan hasta en las mejores Polis, pensó, pero siempre ensombrecían su labor y añadían una pizca de amargura a un esfuerzo que demasiado a menudo empezaba a pensar si no sería en vano.

Salió a la calle y se mezcló con el resto de los transeúntes. No había mucho trayecto hasta el centro, de modo que optó por dar un paseo para despejarse y librarse de la sensación de estar metido dentro de una ratonera. Al menos, concluyó, Ernépolis seguía siendo una ciudad en la que se podía pasear, aun a pesar de aquella creciente contaminación que cada vez resultaba más y más alarmante.

Su paseo se vio interrumpido cuando se dio cuenta de que una señora estaba siendo seguida de cerca por un sujeto cuyas intenciones no parecían ser en absoluto amistosas. Aquello pasaba cada vez más a menudo, y por mucho que fuera un delito menor, era otra gota más en un vaso que algún día podía llegar fácilmente a rebosar.

Suspiró para sus adentros. Buscó la gema, que colgaba oculta alrededor de su cuello, y la apretó mientras pensaba en un lugar en el que poder efectuar el cambio lejos de miradas curiosas. Ese era el problema de las aglomeraciones, de patrullar a pleno día. Pero era lo que había que hacer, por el bien de todos. A lo largo de su trayectoria muchos de sus aliados ocasionales habían perdido la fe y se limitaban sólo a pelear contra las amenazas más graves, olvidando que toda ayuda sirve para aumentar la confianza del ciudadano corriente en que alguien está ahí para ayudarle y para impedir que los criminales nunca se salgan con la suya, ya sean criminales de calle, vestidos con ropas andrajosas, o criminales de despacho, luciendo los mejores trajes de corte colonial.

Se dispuso a correr hacia el callejón más cercano cuando vio que un policía salía al paso del sujeto. Era un tipo algo orondo, pero sin duda se estaba dejando la piel en la carrera. Para cuando el ladrón ya estaba a punto de estirar la mano hacia el bolso de la señora, el policía le atrapó del brazo como unos alicates que agarraran un clavo y le esposó no sin ciertos problemas, pero logrando dominar la situación. Scream se acercó a presenciar la escena.

—Me di cuenta de lo que estaba a punto de hacer —le dijo al policía— pero ha sido usted más rápido.

—Es mi trabajo. Lo que hace falta en esta ciudad es imponer el orden. Hay demasiada anarquía y libertinaje. ¿Lo han escuchado todos? ¡Hace falta mano dura!

Scream se quedó un poco extrañado por el comportamiento de aquel policía, pero en parte lo comprendió. Debía de estar realmente quemado en su trabajo. Al contrario que él, no tenía una segunda identidad, una válvula de escape, ni una nave con la que poder dejar atrás su entorno de vez en cuando.

—De todos modos, joven —continuó el policía—, déjenos este trabajo a nosotros, los profesionales.

—Así lo haré, agente…

—Wolf. Brian Wolf. Recuerde mi nombre, porque ¿quién sabe?, a lo mejor un día consigo ser alguien importante de verdad —terminó mientras se llevaba al detenido a la comisaría más cercana.

Tinieblas

Despertó… y deseó estar muerto.

No era una sensación nueva, ni desconocida. Le había acompañado todos y cada uno de los días de su vida desde que sucedió. Y lo pavoroso era que había logrado tolerarla, como el veneno de un escorpión. Su alma había absorbido aquella ponzoña con el paso gradual de los años, los meses, los días, las horas, los minutos, y a veces hasta los segundos. Momentos perdidos que le recordaban lo que era, lo que había tenido, y lo que había perdido para siempre.

A su lado yacía una mujer desnuda. Su cuerpo era suave y esbelto. Tenía varios lunares y ninguna cicatriz, y se revolvía entre las sábanas con una delicadeza que había llegado a pensar que no existía ya en el mundo, tan áspero, lleno de garras, y pinchos, y terribles picos afilados.

Miró su propio cuerpo. Picado, marcado por huesos mal soldados y heridas curadas sin ternura, con mecánica precisión pero sin bálsamo emocional alguno. Igual que se arregla la pata de una mesa para que aguante unos días más.

Miró a la chica. Ni siquiera sabía su nombre. Qué más daba. Por unos cuantos qins más, se llamaría como le viniera en gana.

Si quisiera, de hecho, podría llamarla igual que ella.

Se levantó y se vistió. No se sentía descansado ni aliviado en ningún sentido. Nunca volvería a sentir esa sensación. Los tipos como él, no.

Los tipos como él, pensó riéndose para sus adentros. ¿Cómo le calificaban los periódicos? Un asesino vicioso, sádico, cruel y sin escrúpulos. Un mercenario sin moral ni compasión. Claro que no, concluyó. La compasión es sólo para los débiles. Él tuvo que prescindir de ella para sobrevivir, para no caer en la compasión más horrenda existente: la propia.

Y eso sólo le dejó por dentro la venganza, claro. Venganza contra el mundo, pero sin vengarse en realidad. Como un objetivo a largo plazo, una afición, un alto en el camino, de vuelta a casa. Lo primero realizar su trabajo, ser un matón de poca monta, pero el mejor entre todos ellos. Después, la diversión. Los trabajos que aliviaban su tormento, que alimentaban su sed de dolor ajeno, de conocer que no era el único ser olvidado en el Gran Plan del Universo. Que le daban la oportunidad de convertirse en el azote de la realidad de otros, de hacerles comprender su posición.

Miró su arma como si estuviera a un millón de kilómetros de distancia. No la necesitaba para sentirse así, ni era en exclusiva la fuente de su poder. Él ya era peligroso mucho antes de tenerla, antes de que el fuego de las entrañas devorara el último rastro de paz interior que le quedaba. Ya era peligroso, sí, antes de que él mismo lo supiera, de que fuera consciente que dentro de sí mismo había un monstruo, una criatura inmisericorde e incapaz de entender la nobleza interior de los que le rodeaban.

En especial no soportaba a los que pedían clemencia antes de morir. Era algo que le ponía enfermo. Asume tu destino, pero no lloriquees en busca de perdón. Se sentía más que orgulloso de acallar a esa clase de patéticos gusanos.

Por eso, más que por otra cosa, es por lo que empezaron a llamarle Silenciador.

Había una voz, sin embargo, que no podía callar; la voz de su propia cabeza. La misma que le decía que conocía su interior, y que él era tan cobarde como cualquier otro. Que le reprochaba que una vez fue igual que todos los demás, una oveja dando vueltas en el rebaño. Que en sueños aún seguía gritando el nombre de ella, buscándola como si tuviera la esperanza de que se encontrarían juntos, en otra vida. Aunque supiera con certeza que, de haber otra vida, ellos dos nunca irían a parar al mismo lugar.

La mujer despertó, y Silenciador sintió la culpa navegando por su interior. Era sólo por sexo, se decía. Pero acaso… ¿acaso no sería también un simulacro del pasado, una imitación de días que nunca volverían?

—¿Ya es de día? —dijo la mujer retirándose el largo cabello de la cara, y mirando a su alrededor—. Cuando me dijiste que iríamos a un sitio apartado, no supuse que estaríamos tres plantas por debajo de la calle.

—Ya te lo dije, yo elegía el lugar, lo tomabas o lo dejabas.

—Lo tomé, pero sólo porque me dijeron que no eres un loco de esos que andan sueltos por ahí, que ya antes habías pedido a mis compañeras algo similar.

—Un loco de esos que andan sueltos por ahí… no ves mucho los monitores de los más buscados, ¿verdad?

—Nosotras tenemos nuestra propia lista de elementos peligrosos, y tú no estás entre ellos. Cuando la gente nos contrata, todos se comportan como criminales. No quieren que se les vea, desean nuestro silencio, y casi todos se sienten como si fueran los seres más depravados que existen. Da igual que disfruten o no, eso es lo de menos en ese caso.

—¿Casi todos?

—Tú no eres así.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo soy, entonces?

—Tú, cariño, eres el único cliente que conozco que creo que no sólo no hace esto para sentir placer, sino que hasta diría que intenta torturarse a sí mismo. Y no hablo de masoquismo, placer por medio del dolor físico. Hablo de dolor de verdad, dolor… aquí —se llevó la uña a la base de la sien.

—Ya veo. Parece que sabes mucho de esto.

—¿Crees que eres el único supervillano al que me he tirado? —dijo encendiendo un cigarrillo, aún desnuda.

Silenciador cogió el arma y se acercó a la mujer. La miró fijamente.

—No uses ese rollo intimidante conmigo —dijo ella mirando al suelo—. No funciona.

Silenciador no dejó de mirarla. Apretó un par de botones y su revólver futurista empezó a girar.

—En este momento, podría matarte de docenas de maneras distintas. Y no te daría tiempo a pestañear siquiera con la mayoría de ellas.

La mujer le devolvió la mirada, y no la apartó. Había un temor incierto en sus ojos, esa clase de miedo que tiene quien está seguro de aprobar un examen pero aun así tiene pánico al momento de realizarlo. El temor del que lo puede perder todo si comete un error estúpido.

—No has hecho daño a una mujer en tu vida. Creo que… no voy a ser yo la afortunada.

—Tienes razón.

El revólver se detuvo.

—Pero no te dejo vivir porque me inspires simpatía, o alguna clase de afecto. Lo hago porque prometí que la primera mujer a la que mataría sería a la de mi peor enemigo. Y un hombre como yo, no lo dudes ni por un momento, nunca falta a sus promesas —terminó dejando descansar de nuevo el revólver junto a la cama.

Fulgor

John Scream no tardó mucho en plantarse frente a la casa de Aryn, en pleno centro de la ciudad, bastante cerca de la zona de los comercios y a unas cuantas manzanas del Hotel Andrómeda. No había ido a buscarle al puerto Colonial porque su llegada estaba prevista para varios días más tarde, y por ello Scream esperaba encontrarla en casa a esas horas, aunque no era probable. Se paraba a reflexionar si no debería aprovechar para comprar alguna clase de regalo, pero cuando metió su copia de la llave en la cerradura y comprobó que, en efecto, no había nadie pues el cerrojo no tenía todas las vueltas, concluyó que lo mejor que podía ofrecer a su novia en ese momento era una mesa puesta, una cena a punto y una cálida bienvenida en forma de un beso y caricias furtivas por debajo de la mesa, preludio de un juego de más larga duración.

Se dirigió a la minúscula pero acogedora cocina y sacó una olla para cocer un poco de pasta. A veces sentía vergüenza de sus escasos conocimientos culinarios, la clase de vida que llevaba no dejaba mucho tiempo a detalles como aquel. Cuando estaba fuera raro era el día que realizaba todas sus comidas, y muy a menudo ésta consistía en carne seca e hipervitaminada, al estilo del penmican de los muy viejos tiempos. Pedir a alguien como él que preparara un plato elaborado era como pedirle a un mono que desarrollara el principio del motor de explosión.

A veces, después de viajes como aquel, Scream se mortificaba pensando que, en el fondo, una parte de él desearía encontrarse a Aryn con otro, rehaciendo su vida con persona ajena. Ya no sólo por su otra identidad, esa que le obligaba a mentir constantemente, también por su trabajo de piloto, obligándole a estar tantos y tantos días y a menudo semanas en el gélido e inhóspito espacio. ¿Qué clase de futuro podía ofrecer con una vida así? ¿Matrimonio, hijos?

No, a veces Scream deseaba hundirse, aunque no pudiera levantarse. Tal vez eso fuera lo mejor para él y todos los que le rodeaban. Permanecer lejos, apartado. Caído.

Pero otra parte de él, la parte optimista, esperanzada, pensaba que todo podía arreglarse en el futuro. Que la ciudad no tenía por qué necesitarle. Algún día Ernépolis podría ser tan próspera como para no necesitar más a sujetos peculiares como él, pensó mientras el agua rompía a hervir y echaba la pasta de una vez, sin partirla, removiendo para que se doblara y metiera por completo en la olla.

Un rato después llegó Aryn y le recibió con una sonrisa de lado a lado, ya que sabía que estaba dentro, al no haber echado Scream todos los pestillos cuando entró. Scream se acercó y la saludó sin articular palabra. Después de eso la besó. Con profundidad, como si necesitara aquello tanto como sus pulmones necesitaban aire para funcionar.

—Has llegado hoy —dijo ella dejando el bolso sobre la cama. Scream la quitó el abrigo y lo colgó del perchero—. Espero que eso no quiera decir que te tienes que ir antes de tiempo.

—Por tiempo indefinido soy todo tuyo —dijo Scream perdiéndose en sus ojos, con una de esas miradas prolongadas que sólo los amantes saben compartir.

—Veo que has preparado la cena. Pasta —agregó Aryn con tono de burla.

—Si, ya lo sé. Muy original por mi parte.

—¿Qué fue de ese libro de cocina para sujetos estresados que te regalé?

—Está en mi cabina, el único lugar donde tengo tiempo para leerlo, y también el menos indicado para llevar su teoría a la práctica.

—Bueno, supongo que en casa del herrero… al fin y al cabo yo tampoco me saqué el permiso de deslizador.

—Aunque se puede vivir sin conducir, pero no sin comer —apuntó Scream preparando una sencilla salsa para la pasta, la única que sabía elaborar.

—¿Qué tal la exploración? —preguntó Aryn, con tono meloso.

—Bien, rutinaria. Sin problemas.

—Espero que no hayas pasado mucha hambre —dijo desabrochando los botones de su camisa.

—De una clase sí —se limitó a contestar Scream. Aquel comportamiento por parte de Aryn debería haberle hecho recelar (hacía mucho que habían pasado los días de enamorados en que cualquier palabra del otro encendía el fuego interior), pero no se dio cuenta hasta que tocó la cicatriz de su pecho, apartando su gema a un lado. Aryn mudó por completo el semblante y se echó a un lado. Scream se abrochó la camisa de nuevo.

—No fue nada serio. Estoy bien.

—Es grande como mi mano.

—De verdad, fue un accidente aislado. No te mentiría con mi trabajo de piloto. La nave sí sufrió daños más severos, pero esto no tuvo nada que ver.

Y como siempre, la línea entre la verdad y la mentira se difuminó de nuevo en la vida de John Scream. En efecto, esa herida no tenía nada que ver con su trabajo de piloto, sino que se la hizo un capataz tiránico que explotaba a sus mineros en un lejano planeta de denominación numérica, más allá de Scorpon y de los otros mundos coloniales. Ni siquiera era Reflector cuando la recibió, pero no tardó en tener que recurrir a esa identidad para defender los derechos de los mineros (que estaban siendo manipulados en la sombra por uno de sus clásicos enemigos, Kagizú, con el fin de crear un duplicado del mineral que le confería sus poderes, pero esa era otra historia). El caso era que si le decía la verdad a Aryn, y lo relacionaba con la aparición de Reflector en la lejana colonia, no tardaría en sumar dos y dos. Mantener una identidad secreta no era tan fácil como lo pintaban los comics de superhéroes. Era más parecido a tener una amante, culpa y remordimientos incluidos.

—Me ocultas algo, John. Pero te conozco bien, y estoy segura de que no lo haces por malicia ni porque tengas una rubia despampanante en Talópolis VII o una familia entera esperándote en Bludgor. Eres muy responsable, a veces creo que demasiado, y que lo haces por no preocuparme. Sin embargo algún día vas a tener que contármelo todo.

Scream hubiera dado lo que fuera por poder sincerarse en ese momento. Por decir ‘no quiero que te pases las noches sin dormir, inquieta’ o ‘lo hago por ti, porque quiero que seas feliz’. Pero no podía hacer eso, si lo hacía sólo era por ayudarse a sí mismo, no a ella. Mientras ella no estuviera segura al cien por cien, retrasaría el momento inevitable. Tenía que suceder de ese modo. El ser que le dio la gema le advirtió. Le previno que sería un obstáculo entre él y todos los que amaba. Pero no tenía elección, pues de no aceptarla, su muerte hubiera sido inevitable. Y una vez la aceptó, no podía ignorar sin más ese poder que le había sido otorgado.

A veces pensaba si no podría pasar la gema a otra persona. A alguien que pudiera llevar esa carga con más gusto que él. Y no tardaba en comprender que nadie estaba preparado para ello, y muchos, de hecho, debían ser alejados de un poder semejante a cualquier precio.

De modo que se limitó a comportarse como siempre, y fingir indiferencia en la medida de lo posible, con medias verdades.

—De verdad, Aryn. No es nada. Si alguna vez ocurre algo grave serás la primera a quien se lo contaré.

—Hombres. Así sois, incapaces de compartir vuestros miedos con otros, no sea que os tachen de cobardes, o de flojos —protestó desvistiéndose y poniéndose ropa de andar por casa. Acto seguido se sentó a la mesa, enfadada.

Scream suspiró.

—Tendrás que hacer papeleo mañana para formalizar tu regreso, supongo.

—Sí, como siempre. Quiero informarme también de una nueva empresa que por lo visto ha entrado fuerte en el área de diseño de naves espaciales.

Ese papeleo, por supuesto, incluía hablar con sus fuentes usando su segunda identidad para asegurarse de que nada sustancial había pasado en su ausencia. Esperaba que así fuera, o que los maquiavélicos planes de sus enemigos estuvieran aún lejos de la fase definitiva de ejecución, dándole así un merecido respiro.

Pero no sabía por qué algo, en su fuero interno, le decía que no tardaría en tener problemas de un tipo que no era aún ni capaz de aventurar.

Tinieblas

Nada más la prostituta se marchó, Silenciador se vistió y limpió su arma con una minuciosidad envidiable en cualquier experto en balística. No en vano se trataba de un revólver único, de muy difícil sustitución. Y como tal debía ser tratado. Su vida había dependido de él en muchas ocasiones. Cierto era que muchos de esos supersanturrones que trataban de hacerle la vida imposible no atacaban ni disparaban a matar, pero a menudo el peligro estaba entre sus propios aliados, esos a los que no convenía dar la espalda bajo ninguna circunstancia.

Del mismo modo que su arma, el propio Silenciador también necesitaba ponerse a punto, comprobar que estaba en plena forma. Y sin la menor duda no había mejor manera de lograrlo que salir al exterior, a esos callejones infectos conocidos como los Subtúneles, en busca de presas que cazar.

No tuvo que avanzar por mucho tiempo a lo largo de aquellas laberínticas, oscuras y estrechas calles, cubiertas y a varios metros bajo tierra, preludio de lo que podría ser la ciudad entera si la contaminación seguía avanzando, hasta que encontró la escena de un atraco protagonizada por un paseante incauto y un ladrón de poca experiencia. Caminó lentamente, paso a paso, pisando con fuerza para que su presencia se hiciera notar. No tenía sentido atacar por la espalda si lo que pretendía era entrenarse.

El ladrón se dio la vuelta y le apuntó de manera instintiva. Llevaba una imitación de una Clark 226, conocida por su facilidad para encasquillarse en situaciones críticas.

—Quédate quieto donde estás y no te hagas el héroe, tío.

—¿Te parece que tenga pinta de héroe? —se limitó a contestar Silenciador. Después de eso, diez segundos donde nadie articuló palabra y sólo las miradas hablaron. De las tres personas que formaban la escena, sólo en los ojos del recién llegado refulgía la determinación. El miedo era lo único que brillaba tanto en los ojos del atacante como de su víctima, pero por motivos muy distintos en cada caso.

Silenciador no dijo una palabra. El ladrón no dejó de apuntar. Pasaron así casi diez segundos durante los que el villano escrutó a aquel quinqui de tercera, buscando el gesto, la reacción que delataría sus actos. Nada más notó el casi imperceptible temblor del párpado, simultáneo al desplazamiento del dedo sobre el gatillo, se echó a un lado en el momento exacto, el ladrón disparó al aire, y al mismo tiempo, mientras caía, sacó su propia arma y le apuntó. El ladrón se quedó pálido, sudando.

Silenciador guardó de nuevo el arma.

—Otra vez.

—¿Qué dices, tío?

—Digo que me trates de disparar otra vez. Tienes aún seis balas. Eso son seis veces más que puedo practicar antes de matarte. Si te mato demasiado pronto me tengo que buscar a otro, y llamaré demasiado la atención.

La mano del ladrón empezó a temblar como si estuviera revolviéndose para separarse del resto del cuerpo y marcharse por cuenta propia. Silenciador frunció el ceño.

—Así no me sirves. Tienes que dispararme sin miedo. Si no me disparas, tendré que matarte ya mismo.

El ladrón trató de calmarse y disparó de nuevo, casi sin dejarle tiempo para terminar de hablar. Nuevamente, fue en vano. La víctima del atraco estaba pálida, incapaz de moverse del sitio.

—Muy bien. Te quedan cinco oportunidades de salir de ésta.

Pero la mano ya no obedecía al ladrón, y era incapaz de contener el temblor. Trató de estabilizarla con la mano libre, pero le era imposible.

El revólver de Silenciador empezó a girar y los cañones estriados se encajaron. Rayo de alta energía. Potencia letal.

—Lástima. Ya no me sirves.

Disparó, y el olor a ozono llenó el ambiente. El ladrón cayó al suelo como un saco de patatas.

Silenciador se giró y miró a la víctima del atraco.

—Por favor, no me haga nada… yo no le serviría para… para su entrenamiento —trató de razonar.

—Es verdad. No me vales para practicar reflejos. Pero hay algo que puedes hacer por mí.

Levantó el arma y apuntó al sujeto.

—Me sirves para que no olvide lo que es no mostrar piedad alguna —comentó justo antes de disparar.

El cañón del revólver siguió humeando, impregnando aún más el ambiente de aquel característico olor. Los cañones giraron y se colocaron en modalidad neutra. Revólver estándar. Por lo que pudiera pasar.

Se giró, y vio a una mujer observando la escena. No tenía intención de dañarle. De haber sido así, lo hubiera sabido antes siquiera de que tuviera tiempo de pestañear. Era una mujer extraña, que contrastaba en un ambiente como aquel. Vestía ropas muy grises, y llevaba un largo abrigo. Su mano izquierda estaba oculta en su espalda, la otra se doblaba alrededor de su cintura. Tenía el pelo largo y rubio, y un par de pendientes con forma de cruz tintineaban en sus orejas.

Lo más sorprendente, sin duda, era su mirada. Una mirada fría y carente por completo de calidez ni emoción.

—Llevo tiempo observándote… Silenciador.

El aludido no tardó en darse cuenta de que no estaban solos. Desde el fondo de la calle vacía y oscura varios cañones trataban de buscar ángulo para apuntarle.

—Dígale a sus soldaditos de plomo que traten de comer algo que sí puedan tragar.

La mujer levantó la mano que estaba a la vista y los atacantes furtivos se retiraron. No mostró sorpresa alguna por el comentario.

—Hablemos ahora, si te parece.

—¿Quién es usted?

—Suelo ser más habladora, pero de momento mi nombre e intenciones no te importan. Te basta con saber que soy alguien que ha puesto sus ojos en esta ciudad, y tú puedes ser una pieza importante de mi rompecabezas —dijo acercándose hacia Silenciador.

—De modo que una recién llegada va a conseguir lo que muchos señores del crimen llevan años intentando. Lo creeré cuando lo vea.

La mujer miró a Silenciador fijamente. Su mirada era profunda y penetrante. Parecía un taladro que horadara almas.

Agarró del cuello con su mano izquierda a Silenciador y le empotró contra la pared más cercana. No era una mano humana sino retorcida y gris, más gris aún que las calles que les rodeaban, y apretaba como una tenaza. Pero lo que más repugnó a Silenciador, más que ese tacto gélido y viscoso, era que fue incapaz por completo de predecir el ataque en aquella mirada inmutable y dura como la piedra.

—Pronto, mi amigo. Pronto las cosas van a cambiar por aquí, de modo que te recomiendo que escojas bando. Elige sabiamente, porque tu vida puede depender de ello.

Soltó a Silenciador y se marchó por donde había venido. Ni siquiera se molestó en vigilar su espalda mientras se alejaba. Una mujer de armas tomar, pensó. De todos modos no la haría daño alguno, no olvidaba su juramento. Pero reflexionó sobre lo que había dicho. ¿Él, un lacayo? Tampoco era tan descabellado.

Se preguntó cómo sería seguir órdenes de una persona tan implacable como esa mujer. Qué clase de cosas podría llegar a realizar.

Y si no sería al fin quien pondría término en la ciudad a aquella peste de héroes de una vez por todas.

Fulgor

Al día siguiente de su llegada, Scream fue a tramitar los papeles de su estancia al Puerto Colonial. No podía hacerlo nada más llegar pues tenía que esperar a que la Trigger estuviera señalada en el registro de aterrizajes, pero de todos modos era una formalidad no especialmente lenta ni complicada.

Por supuesto, eso no era lo que le había tenido que decir a Aryn.

Una vez más tener que mentir, como de costumbre. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? Cariño, voy a formalizar mi regreso y a informarme sobre si hay nueva basura amenazando la ciudad. No tardaré mucho, en ese caso sólo tendré que convertirme en un ser brillante y molerles a palos para quitarles la idea. Pero si ves que me retraso lo más probable es que esté muerto.

La gente, pensaba Scream sombrío, suele pensar en lo genial que es tener poderes y ser un héroe. Y tiene una parte genial, en efecto. Poder volar, sentirte capaz de defenderte a ti mismo y a los demás. Marcar la diferencia de vez en cuando. Pero el precio a pagar por ello es tu vida, tu propia normalidad, y convertirte sólo en un montón de mentiras andante. Eso sin mencionar la tortura mental que supone levantarte cada mañana pensando que ese puede ser el día que el Universo ha elegido para poner fin a tu carrera superheroica. O peor aún, el día en el que alguno de tus enemigos aparecerá con el cuerpo inerte de la persona a la que más quieres en el mundo en sus brazos.

Para John Scream, al contrario que Ernépolis I en aquel entonces, hacía ya mucho tiempo que las nubes ennegrecían su horizonte futuro.

De modo que se metió en el primer callejón que encontró y deseó el cambio, como siempre, con dolor. Un pequeño precio a pagar a cambio de un gran poder. Se miró las manos, cubiertas con esos extraños guanteletes pétreos que parecían formarse de su propio cuerpo, ese emblema en forma de flecha extraña que se tatuaba en su pecho, y su pelo descargando ondas de energía como si estuviera poco menos que en llamas, blanquiazules e incandescentes.

Despegó hacia los cielos, consciente de que el día que llegara su final, muy probablemente nadie le reemplazaría para surcar los cielos de aquella ciudad.

No tardó mucho en interrogar a los clásicos bocazas que solían rondar por zonas de mala muerte como los Depósitos de Ceniza o los alrededores del Cementerio. Como ya suponía se habían producido altercados en su ausencia, como la reaparición, tras mucho tiempo ausente, de aquel gusano de Orwen Shell, pero por fortuna no era el único héroe que protegía la ciudad. De sus enemigos personales, por otro lado, ni rastro. Al menos que supiera, ya que muchos de ellos no eran la clase de indeseables que se mezclara precisamente con matones callejeros.

Estaba a punto de abandonar la búsqueda, y con tal fin aterrizó en la azotea de un edificio con acceso al nivel de calle, cuando notó que alguien le estaba observando en la sombras. Se puso en guardia y se giró en dirección a su espía.

—Descúbrete, amigo.

El aludido sólo mostró la mitad derecha de su cuerpo, que parecía fundirse en sombras. Era una silueta negra por completo, no oscura sino negra desde los pies hasta la cabeza, con la única salvedad del ojo, que era blanco refulgente y con bordes puntiagudos, y las manos, blancas también con rebordes lineales, tal como si alguien hubiera trazado una quebrada con la regla para diferenciar luz de sombra. Reflector tuvo una extraña y perturbadora sensación de bidimensionalidad al ver aquella desconocida figura.

—No te había visto en mi vida, ¿quién eres?

—Mi nombre es Darkscanner —comenzó el recién aparecido con voz cavernosa—. No tendré tantos poderes como tú, pero poseo también mis propias habilidades.

—No estarás buscando pelea, espero.

—En absoluto. Lo mío no es pelear. Pero sí vengo a darte información que puede resultarte muy útil.

—Dispara.

—Silenciador. Está en la ciudad.

—¿Cómo lo sabes?

—Tengo mis métodos. No puedo llegar al punto de decirte dónde está, pero sé que ronda por los Subtúneles. Eso bastará para que alguien a quien ambos conocemos bien le localice.

—¿Cómo sabes tanto de la fauna heroica de la ciudad siendo un recién llegado?

—Puede que sólo sea un recién llegado de aspecto, Reflector. Pero llevo en la cresta de la ola desde antes que volaras por encima de estos edificios.

Dicho lo cual, Darkscanner se escondió en la sombra para no mostrarse de nuevo. Al menos había ensayado la salida del escenario, pensó con sorna Reflector.

De modo que Silenciador rondaba por la ciudad… tal vez para preparar algún asesinato, su especialidad. Tampoco es que se fiara mucho de aquel sujeto que ni siquiera sabía si era héroe o villano, pero total, si con su información lograba poner tras barrotes a ese psicópata y su arma de cañones múltiples, entonces poco le importaba la fuente con tal de que diera resultados.

Pero antes de eso haría una visitilla a un conocido para rastrear a fondo a su enemigo. No era el héroe con el que más contacto había tenido, pero algo le hacía sospechar que podían llegar a llevarse bien si algún día se molestaran en conocerse mejor.

Tinieblas

Silenciador se quedó todo el resto del día calibrando el encuentro que había tenido con aquella amenazante mujer en el callejón. Ni su nombre conocía, pero algo le decía que tarde o temprano acabaría por saberlo. No parecía de la clase de personas que operan al amparo de la oscuridad. Parecía demasiado orgullosa y ambiciosa para comportarse de tal manera.

¿Realmente le convenía aliarse con alguien así? Bueno, tampoco es que eso importara demasiado. Total, las circunstancias mandarían, como siempre acababan haciendo. Y tampoco era su estilo comerse el tarro sobre qué era lo que el destino le tenía preparado.

Su situación no era la más envidiable del mundo, por otro lado. Sus últimos trabajitos habían sido abortados por varios de esos malditos héroes, sin importar cuán lejana fuera la colonia a la que le hubieran contratado para acercarse. Siempre había alguno de esos santurrones insoportables dispuesto a interponerse en su camino. Y eso acababa mermando la reputación, sin el menor género de dudas.

Su encuentro anterior con Reflector no fue tampoco la mejor huella en su carrera delictiva reciente. Su peor enemigo le asestó tal puñetazo que le mandó volando de un edificio a otro y aterrizó de culo, humillado y derrotado. Apenas tuvo tiempo de ponerse en pie y salir a cubierto, ya que no era rival para él en las distancias cortas. Su arma era única gracias a su capacidad para dañar incluso aunque no se diera en el blanco, gracias a sus haces de energía, pero aun con todo Reflector era, a menudo, demasiado rápido para sus disparos.

Sólo bastaba uno, solía pensar a menudo lleno de odio y amargura. Un maldito disparo en el blanco y adiós Reflector y la mitad de sus problemas. Pero nunca se ponía a tiro, nunca quería afrontar el desafío con dignidad. En vez de eso se limitaba a volar y saltar de un lado a otro, marearle, confundirle, jugar sucio en definitiva. Ni siquiera la cara enseñaba, ¿es eso una actitud propia de valientes? No, esa es una actitud de cobardes, de sujetos débiles que tienen que esconder sus puntos flacos bajo una máscara de superioridad física y moral, creyéndose los mejores, los más justos, los que siempre tienen razón, los que hacen eso por los demás. Los más cínicos y mentirosos, en definitiva.

Porque el mundo está plagado de gente como yo, pensaba, de Silenciadores que si tuvieran un arma como la mía en las manos no dudarían en aplicar la ley de la jungla, convertir al ser humano en lo que es, un animal racional, y que razonaría por tanto que no hay sitio para los inútiles y los pusilánimes en un mundo que finge ser solidario, social, pero en realidad es tan depredador como el águila o la pantera.

En esa clase de reflexiones abyectas y retorcidas estaba enfrascado Silenciador cuando notó que alguien más estaba en su pequeño escondrijo. No podía ser ninguna otra prostituta, a menos que se hubiera ido de la lengua, algo que era improbable pero no imposible.

Se giró y un segundo le bastó para localizar al intruso, tras el cual disparó. El arma estaba en modalidad estándar, por lo que fue una bala lo que voló en dirección a su invitado no deseado. Era sin duda más fácil reponer una bala perdida que recargar la energía del arma, nada convencional. Ya bastante tenía con verse obligado a gastarla durante sus entrenamientos al aire libre.

El disparo atravesó a su agresor sin hacerle el menor daño, como si no hubiera nadie ahí. Tal vez así fuera, pensó. Se trataba de una silueta blanca por completo salvo por sus ojos y manos, negros por completo. Sólo la mitad izquierda estaba a la vista.

—Veamos si esto también te atraviesa —dijo Silenciador mientras su revólver giraba a modalidad energética.

—No he venido a pelear —dijo la silueta.

—Ya lo veremos —amenazó Silenciador disparando a la pared tras la que el intruso se ocultaba. Una vez el humo se disipó y pudo mirar a través del boquete, vio que no había nada más que el otro lado de la habitación. La silueta que tenía ante sí era sólo media silueta.

—¿Qué demonios eres?

—Me llaman el Evaluador, y vengo a advertirte.

—Te escucho —contestó Silenciador sin dejar de apuntar.

—Tu peor enemigo sabe que estás aquí. Te busca. El mío propio le ha ayudado a encontrarte.

—¿Qué te metes en el bolsillo por advertirme?

—Fastidiar a mi rival, ¿acaso no te parece poco? Busca otro escondrijo, éste ya no es seguro. Habla con aquel que busca vías de escape para los que son como nosotros.

—Para no haberte visto en mi vida pareces conocer bien el mundillo.

—Date prisa —se limitó a decir el Evaluador justo antes de brillar, obligar a Silenciador a llevarse las manos a los ojos, y haber desaparecido para cuando pudo mirar de nuevo.

Ni siquiera se paró a pensar demasiado. Dijera la verdad o no, estaba claro que su escondite ya no era seguro. Tendría que pagarse uno más adecuado.

La ciudad se está llenando de personajes a cada cual más raro que el anterior, pensó mientras cogía sus escasas pertenencias y abandonaba su improvisado hogar sin molestarse en mirar atrás.

Fulgor

James Sky miró a los alrededores de la comisaría y pensó en sus problemas personales, más que en los que le debían ocupar en aquel momento, aquellos de los que encargarse bajo su identidad de protector de la ciudad. Cada vez escuchaba hablar de más casos de corrupción en el departamento de policía, y en varias ocasiones había tenido que emplear su visor de manera dolorosa, para acusar y poner en evidencia a sus propios compañeros. Al menos la suerte de tener una segunda identidad era que no habría represalias contra él por irse de la lengua.

Su honradez era también un sello característico de su personalidad como héroe. Tal era la confianza que otros tenían en él que a menudo recurrían a su ayuda para localizar a quien fuera que estuvieran buscando. Unas veces se trataba de encontrar villanos para salvaguardar la ciudad, otras veces había detrás motivos más personales. En varias ocasiones los motivos eran extremadamente graves y terribles, cercanos a la venganza. Aún recordaba aquella ocasión en que Window recurrió a él para conocer el paradero de Paper Monster con el fin de matarle, ya que había asesinado a su hija. Nunca le resultó tan difícil mentir como aquel día, y aunque Window le odió lo inimaginable, no tardó en comprender que, más que la vida del villano, Sky había salvado la suya propia con aquella decisión.

Por fortuna sabía que no tendría esa clase de problema con el héroe con el que se había citado en los alrededores de la comisaría. Si le conocía bien, sería incapaz de hacer algo así por mucho que la rabia le consumiera por dentro. De todos modos no tardaría mucho en averiguarlo dado que en ese momento aterrizó junto a él, en un callejón apartado en el que no serían molestados.

—Celebro verte en plena forma, Reflector —se limitó a puntualizar mientras le observaba con el visor.

—Gracias, amigo. ¿Sabes?, a veces me pregunto…

—¿Si veo con mi visor quién eres en realidad? Lo ignoro, porque nunca haría algo así a menos que te pasaras al otro bando. Por eso casi todos mis enemigos pelean a cara descubierta, y por eso por desgracia no puedo ayudarte a conocer el nombre real de Silenciador.

—Pero sí su paradero, espero.

—En eso sí puedo ayudarte. Mis fuentes me han indicado que está a punto de dirigirse a un almacén en las Factorías Abandonadas. Se trata de uno de los que se encuentran en los alrededores de los bloques centrales. No me han dado más datos pero creo que con eso bastará para que le localices.

—Gracias, compañero. Si quieres unirte a la pelea, no dudes en hacerlo.

—Te lo agradezco, pero en estos momentos tengo asuntos propios que atender. Como ya sabes, cada día vigilo más de cerca los casos de corrupción policial.

—Sí, y es algo que a menudo me quita el sueño, un mal indicador de lo que el futuro puede llegar a ser. Cuídate.

—Lo mismo digo —terminó Sky justo antes de que Reflector saliera volando, siguiendo sus indicaciones.

Al poco de que se hubiera marchado, Sky notó que una sombra aparecía desde la parte ciega del callejón.

—Como ocurre a menudo, has sido una vez más mi mejor informador, Darkscanner —comentó sin girarse.

—Eso es porque sé que usas tal información sabiamente —dijo la silueta negra, asomando sólo la parte derecha, su ojo blanco brillando en sombras—. En realidad llegué a pensar que acompañarías a Reflector para acabar con Silenciador de una vez por todas.

—Como le he dicho, tengo problemas propios. Pero… ¿qué quieres decir con ‘de una vez por todas’?

—Lo que estás entendiendo. Piénsalo. Todos divididos, sólo detenemos el avance de los monstruos que amenazan nuestra ciudad. Juntos… podemos eliminarlos sin misericordia para que nunca regresen.

—Nunca me llevaré la vida de nadie por delante, Darkscanner, y ten por seguro que si alguna vez intentas hacerlo, estaremos en distintos lados de la línea divisoria —contestó Sky pensando en su hermano. Nunca podría mirarse en un espejo si su hermano descubriera que era un asesino.

La silueta no dijo nada. Se limitó a fundirse en las sombras y desapareció, dejando a Sky solo con sus reflexiones. Creía conocer bien a su confidente, y no le parecía un asesino. ¿Por qué había hecho semejante sugerencia? ¿Ponerle a prueba, quizás? ¿Con qué finalidad?

Ya lo averiguaría, o tal vez no. En todo caso, tenia cosas más urgentes de las que preocuparse.

Tinieblas

Silenciador maldijo por lo bajo mientras atravesaba la ciudad con sus pertenencias al hombro, en una maleta de un solo asa, más vacía que otra cosa, pero siempre con lo imprescindible. La gente suele pensar que los villanos van por la vida sin más obsesiones que matar a los héroes, pero también tienen que pensar en comer y encontrar un cobijo, y tienen pertenencias, recuerdos fugaces de vidas patéticas ya desaparecidas.

Al menos esperaba que el paseo, andando para no despertar sospechas, no fuera en vano. Las Factorías Abandonadas no era el lugar de la ciudad más acogedor, pero sin duda le serviría para desaparecer del mapa un tiempo. O eso al menos era lo que su contacto le había asegurado.

Nada más llegar por la zona se limitó a dar vueltas, lejos de la mirada de vagabundos curiosos, a los que si las circunstancias obligaban tendría que acallar. Pero al fin vio la señal convenida, que reconoció al instante.

Era difícil olvidar aquella asquerosa y repugnante rata tuerta, que se desplazó al interior de un edificio cercano, y a la que siguió al momento.

El inmueble estaba deshabitado y clausurado, como la mayoría de las fábricas del lugar. No era de los más grandes pero haría la función. Por otro lado, allí la contaminación era más fuerte, lo que hacía descender mucho la luminosidad general y contribuiría a una posible huída si era menester efectuarla.

En la primera sala tras la puerta, allá donde en el pasado fichaban los trabajadores, estaba Éxeter en persona. Silenciador pensó en las ironías del destino, dado que en una ocasión le contrataron para acabar con él, pero cuando estaba a punto de terminar el trabajo, su cliente cambió de opinión. Éxeter era un tipo solitario y peculiar incluso entre los villanos, y eso nunca inspiraba confianza, por mucha reputación que tuviera de hacer indetectable a quien quisiera.

La rata subió a su hombro y sin más preámbulos se dirigió a Silenciador.

—Este es el escondrijo. Nada podrá pasar por tuberías ni ventanas. Nadie podrá espiar con aparato de clase alguna —dijo pensando en un enemigo suyo muy concreto—. No es inexpugnable, pero es lo mejor que he podido preparar en el poco tiempo disponible.

—El dinero ya ha sido ingresado.

—Perfecto.

Éxeter se largó de allí y sonrió con malicia para sus adentros. Detrás de él, media docena de gatos callejeros a los que había convocado vigilaban que nadie fuera tras sus pasos. Supo que su aliado temporal estaba en su presencia en cuanto empezaron a bufar al otro lado de una pared.

La perturbadora semisilueta blanca del Evaluador se dejó mostrar desde el otro lado del camino.

—Listo. Me he limitado a colocar unos pocos señuelos. Por lo demás, encontrarle será fácil para aquel que realmente desee buscarle.

—Perfecto —dijo el Evaluador sin mostrar expresión en su rostro que parecía plano, como una cuartilla.

—Creo que no será necesario decirte que si la información que me has dado es falsa te mataré, pero lo dudo. Si no, no me habría arriesgado a crearme un enemigo de esta manera.

—Yo no miento, Éxeter. Puedes tener por seguro que Orwen Shell le contrató para matarte.

Éxeter no contestó. Se limitó a mirar al cielo.

—¿Qué ocupa tu mente, Señor de las Ratas?

—La contaminación. No tardará en empeorar, no tengo la menor duda de ello. Y se formará una… una Nube, sin lugar a dudas.

—¿Acaso eso te importa?

—Soy un villano, pero no estúpido. Y cuanto más hostil sea el entorno, menos animales habrá para controlar.

—Pensé que estarías pensando si no sería interesante ver quién encuentra a Silenciador, y tenderle una trampa también.

—No tengo interés en meterme en una refriega con héroes idealistas, y menos aún de aliarme con algún otro villano que tenga cuentas pendientes con Silenciador —contestó recordando su fallido tándem con Treues Cluk, otro villano más que particular.

—Para ser una amenaza buscada, eres muy huidizo. A veces me pregunto si no estarás pensando en cambiar de chaqueta —dijo el Evaluador, malevolente.

Éxeter no contestó. Siguió mirando al cielo.

—Vete al Infierno, criatura.

—Eso esperaba escuchar —dijo brillando hasta desaparecer.

La salida teatral del Evaluador no perturbó especialmente a Éxeter. Total, había visto cientos de ellas, a cada cual más pomposa y rimbombante. Era lo que tenía hacer equipo con los villanos, todos se creían los mejores y los más sofisticados.

Al diablo, pensó mientras escupía al suelo. Se largó de aquel lugar, con su fiel rata al hombro y el ejército de gatos tras sus talones.

Fulgor y Tinieblas

Silenciador calculó que bastaría con una o dos noches en aquella fábrica para que le perdieran la pista, y tras eso podría buscar un lugar más adecuado. Si es que existía alguno para gente como él.

Empezó a caminar por la diáfana sala a la que se accedía desde la entrada y caminó entre las cintas transportadoras detenidas. Había algo fantasmal en aquel espacio de máquinas muertas, algo que de alguna manera sospechaba acabaría expandiéndose por toda la ciudad. Una cualidad… no sabía cómo describirla. Vacía, decadente. Algo que le agradaba, estando como estaba atrapado en su propia miseria mental. Ya que no existía la paz ni la prosperidad para su mundo, estaría bien que no existiera para el de nadie.

De repente notó un ruido muy al fondo, lejos de su posición. No lo dudó ni un instante; alguien trataba de huir. Le encantaba ese sonido. Pero, ¿por qué habría alguien escondido en aquel lugar y en ese momento? ¿No se suponía…?

—¿Sabes lo que más me fastidia de los tipos como tú? Que no tienen horario ni jornada para amenazar a los demás.

Silenciador recibió un contundente puñetazo que le lanzó contra un montón de cajas apiladas. Él. Le había encontrado. Pero el ruido no venía de su posición, ya que le había golpeado por la espalda. Algo que, reflexionó, no solía hacer a menudo. Debía de haberle pillado cabreado.

Su revólver giró frenético, como si fuera una montaña rusa. Aquello iba a ser divertido.

Disparó y, como era de esperar, Reflector esquivó el rayo.

—Vamos, mudito, ¿eso es lo mejor que tienes? Si me dieran un qin por cada uno de tus disparos fallados…

Silenciador no dijo ni una palabra y se limitó a seguir disparando. Por algún motivo, Reflector iba específicamente detrás de él, o no se explicaba que le hubiera encontrado tan pronto. A menos que… Éxeter. Aquel Flautista de Hamelín futurista y de higiene dudosa le había traicionado. El muy cerdo.

Aquello le dio fuerzas nuevas para contraatacar. Reflector trató de golpearle de nuevo, pero esquivó el impacto. Su revólver giró a la máxima velocidad, la modalidad de rayo cinético, y dio en el blanco. Nada letal, pero muy rápido y efectivo. La única manera de atinar a su enemigo con garantías.

Reflector salió disparado en trayectoria parabólica y cayó sobre una de las cintas transportadoras. Tiempo más que suficiente para pasar a la modalidad letal y seguir discurriendo cómo se había metido en semejante ratonera. Seguramente Éxeter se había enterado de que intentó matarle, cuando fue contratado por Orwen Shell, y esa había sido su manera de cobrarse la que le debía. O tal vez alguien se lo había soplado. ¿El propio Orwen Shell? No, sería estúpido que hiciera eso. Tenía más lógica que fuera…

Para cuando reaccionó a tiempo, otro golpe de Reflector le mandó de nuevo varios metros hacia atrás. Despierta estúpido, no estás ahora para rompecabezas, concluyó disparando para cubrirse y alejar a su enemigo, muy peligroso en las cortas distancias. Atinarle era como tratar de acertar una bola de goma rebotando en paredes y techo, con la salvedad de que además sus trayectorias no eran rectas y se desviaban constantemente. El muy endemoniado le había estudiado a fondo.

—¿Qué es lo que ocurre, Silenci? Te veo un poco espeso, ¿no estarás haciéndote viejo?

—Algo de lo que tú no tendrás que preocuparte —contestó Silenciador, tratando de ganar tiempo como fuera. Si Éxeter le había traicionado, no tenía sentido tratar de escapar, habría cubierto todas las demás salidas y, por tanto, su enemigo se interponía entre él y la libertad. Pero eso quería decir que fuera quien fuese quien salió corriendo también estaba atrapado, y con suerte, serviría para distraer a Reflector. De modo que optó por volver a hacer lo que estaba haciendo antes de la interrupción de su némesis.

Silenciador salió corriendo y Reflector fue tras él, sin mediar palabra. Ya no era momento de hacer chistes, por lo que se limitó a poner la directa y volar en su dirección. Por desgracia, nada más cruzó el umbral de la sala de máquinas, tuvo que aminorar dado que los pasillos eran minúsculos y llenos de toda clase de recodos. Pero si aquel psicópata se pensaba que eso bastaría para despistarle lo tenía claro.

A cada pasillo que avanzaba escuchaba claramente el ruido de las botas de Silenciador, siempre unos metros por delante, pero distancia más que extensa entre ambos, ya que el villano era experto en emboscadas sorpresa. Sin embargo Reflector tuvo la sospecha de que él no era el objetivo principal de su enemigo. ¿Qué demonios estaba pasando?

Al fin llegó a un pasillo donde sólo había un acceso a lo que parecía ser el antiguo despacho del jefe de obra. Dudaba mucho que hubiera salida de allí, por lo que se preparó para la pelea final.

Cuando entró, se encontró con una escena desconcertante.

Silenciador estaba a apenas un par de metros de distancia, pero no le hacía el menor caso. En la sala, tirado en el suelo, había un hombre, en apariencia un matón de poca monta. Miraba a Silenciador como si tuviera frente a sí al mismísimo Diablo. Pero lo desconcertante era que Silenciador miraba al hombre con un semblante muy similar, como nunca le había visto esbozar.

—¿Quién es, Silenci, tu cómplice? —dijo Reflector, inquieto por no saber qué estaba pasando. No recibió respuesta.

—No me irás a decir que ahora…

—Cállate —fue todo lo que Silenciador contestó, y le siguió ignorando, para sorpresa de Reflector. Después de eso se limitó a, siempre sin dejar de mirar al hombre del suelo, levantar el arma muy lentamente. Los cañones giraron. Modalidad estándar. Una gélida e implacable bala a la cabeza.

Su dedo se enroscó en el gatillo. Lo agarraba con firmeza, como si fuera a escaparse, pero no disparó. Reflector nunca antes había visto a su enemigo dudar ante un blanco seguro.

Al fin, indeciso, agarró al sujeto y salió apuntándole del despacho, advirtiendo a Reflector con que le mataría si osaba intervenir. Éste les siguió a distancia sin estar seguro de si su enemigo quería realmente cumplir tal amenaza.

Salieron a un amplio pasillo y allí la escena volvió a su mismo cauce, pero de repente dos nuevos actores aparecieron sobre el escenario. Porque allí estaban Darkscanner y el Evaluador, observando. Aunque sería más correcto decir que sólo un actor acababa de entrar en escena, ya que cada uno de ellos era la mitad del otro, formando así ambos una única silueta, blanca con ojo y mano negra en su mitad izquierda, y de colores intercambiados en su lado derecho.

—¿A qué esperas, Silenciador? Dispárale —dijo la silueta a media voz, como si sólo hablara su lado izquierdo—. Ya sabes lo que hizo, ¿qué te lo impide?

—No le hagas caso —replicó la mitad derecha con el tono cavernoso con que la había escuchado Reflector—. Entrégalo a la justicia. No disparaste en su momento, y no lo harás ahora, porque eso te hace distinto de él.

La mente de Silenciador estaba tan dividida como las voces que le hablaban. Deseaba con todas sus fuerzas disparar el arma y volar los sesos de aquel cabrón, el mismo que le arrebató lo que más amaba en el mundo, por todo el pasillo. Pero algo en su interior le impedía hacerlo, el mismo algo que le hacía fingir patéticos amaneceres domésticos con prostitutas, lo mismo que le hacía considerarse mejor que los demás criminales, de un nivel superior, porque él no había deseado eso para sí, porque no era su culpa, era culpa del mundo que le había hundido hasta el cuello en la podredumbre que rodeaba su vida en toda dirección en que mirara.

—Dispárale.

—Déjale ir.

Finalmente, presa de la rabia, y sólo para dar término a aquella situación, sin haberse decidido del todo, cerró los ojos y se dispuso a apretar el gatillo, pero Reflector aprovechó la ocasión y le golpeó en el rostro, desviando el proyectil hacia el techo. La víctima potencial se evadió, pero Reflector le capturó al instante sin que tuviera la menor oportunidad para escapar. Para cuando quiso mirar de nuevo, Silenciador se había esfumado. Se plantó frente a aquellas dos mitades opuestas que resultaron ser un todo común.

—¿Por qué le has dejado marchar? —replicó.

—No podría haberle detenido aunque hubiera querido —dijo haciendo un ademán de tocar a su interlocutor con la mano izquierda, y atravesándole en el proceso.

—Ya veo —concluyó Reflector.

—No soy un guerrero, y por eso te involucré en esto. Para que le detuvieras llegado el momento. Le he estado poniendo a prueba.

—Eso no es todo —añadió Reflector mirando a aquellos dos ojos bicolor—. También me estabas probando a mí, ¿verdad? Saber si hubiera dejado a Silenciador ejercer su propia venganza.

La silueta no contestó.

—¿Quién eres? ¿Por qué haces esto?

—Lleva a ese hombre ante la justicia. Ahora que todavía hay una justicia a la que poderle llevar.

Dicho lo cual se dividió en sus dos mitades, y cada cual desapareció a su estilo particular.

Fulgor

Reflector nunca volvió a escuchar hablar de Darkscanner ni del Evaluador, pero dedicó un tiempo a realizar investigación de campo sobre aquellas misteriosas identidades que eran en realidad el mismo sujeto. Como ya sospechaba, hubo otros que se toparon con ellas, tanto héroes como villanos, y siempre con el misterioso fin de ponerles a prueba sin excepción. El motivo lo ignoraba, aunque pensó que no tardaría en averiguarlo. Lo que quizás nunca conocería sería la identidad real de tan peculiar personaje, pero por la escasa información que obtuvo, tanto Darkscanner como el Evaluador sólo fueron cortinas de humo para ocultar otra identidad distinta, una que ignoraba por completo a quién pudo pertenecer, si un héroe o un villano.

Tinieblas

Despertó… y deseó estar muerto.



EN EL PRÓXIMO NÚMERO:

No hay próximo número… esta ha sido una miniserie especial de un único número. Pero esta historia continúa (¡empieza!) en Los Caídos.

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