Perséfone 012: La herida invisible

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EN EL NÚMERO ANTERIOR:
Para defenderse del ataque de Kain, Perséfone dispara y su hermano cae al suelo. Sin saber si está inconsciente o muerto, corre hacia él mientras las risas de Afrodita le hacen pensar que todo puede ser una ilusión.



La oscuridad solo le permitía ver bultos informes y Perséfone corrió hacia el que pensaba que era Kain. Tropezaba, sus pantalones se enganchaban entre los picos que sobresalían de la basura. Notó como se desgarraban y tiró de ellos sin detenerse mientras olía la voz melosa de Afrodita a su espalda. No se volvió. El ataque no vendría de ella, ese no era su plan. Se reía. Perséfone ni siquiera intentó escuchar lo que decía, no le importaba. ¿Cómo podía estar Kain tan lejos? O ella correr tan despacio. Tropezó y cayó al suelo, de rodillas, pero sus manos no se clavaron en viejas latas vacías sino que chocaron contra una fría losa de mármol.
Volvía a estar dentro de la ilusión.
Respiró hondo y levantó la cabeza. Delante de ella veía un pasillo iluminado por antorchas que ardían sin desprender humo. El cuerpo de su hermano estaba a pocos metros y ahora sí podía reconocerle… O podía no ser real. Avanzó a gatas, sin perder el tiempo en levantarse, pero una figura se interpuso en su camino. La niña que había visto acompañando a Afrodita se situó delante de Kain y la miró fijamente con sus grandes ojos castaños.
Perséfone la evaluó con rapidez. No parecía armada y no creía que fuera rival para ella. De todas formas evitaría el enfrentamiento, solo quería llegar hasta su hermano. Intentó seguir avanzando, con los ojos fijos en la niña por si hacía algún movimiento, pero no pudo. Lo intentó, una y otra vez, pero era imposible. Cada paso que creía dar hacia la pequeña lo que hacía era llevarla hacia atrás, como si la empujaran. No la rodeaba un escudo contra el que tropezara, era más bien como si fueran dos polos iguales de un imán que se repelían.
Afrodita se acercó hasta situarse a su lado. Los ojos de Perséfone seguían fijos en Kain, su cuerpo se había preparado para incorporarse aunque aún no lo había hecho, se había quedado encogida, agazapada junto a la figura imponente de su enemiga. «La victoria te hace más alta… o quizás es que lo que veo no es real».
Había dejado de reír y contemplaba lo mismo que ella, la figura desvanecida en el suelo del que había sido su aliado.
—Lo has matado —no había rastro de pena en su voz—. ¿O no? Mira, aún se mueve.
Era cierto. Perséfone veía a Kain moverse, incluso emitió un quejido débil. ¿O era una ilusión? Intentó fijarse en si respiraba. Creía que sí, pero a esa distancia no podía estar segura. Siempre había pequeños detalles que Afrodita no podía controlar. Pero allí sí, porque aquella era su venganza.
—Aún puedes salvarlo —la voz se volvió aún más melodiosa, sugerente, expresando en palabras su más profundo deseo. Perséfone esta vez sí levantó la cabeza y la miró, porque intuía que había algo más. Afrodita dejó escapar una sonrisa cuando comprobó que había captado su atención—. No es demasiado tarde, pero tiene un precio. Todo tiene un precio —se pasó la mano por su rostro, como si recordara que ella también había tenido que pagar. Su cuerpo se tensó, su voz sonó ahora más dura—. ¿No era eso lo que decías? ¿Estás dispuesta a pagarlo?
Perséfone tragó saliva. Estaba dispuesta, por supuesto. Claro que lo estaba. Y era consciente de que sería algo que no iba a gustarle. Se incorporó y asintió con la cabeza.
—¿Qué quieres que haga?
Por toda respuesta Afrodita señaló a su derecha, donde Perséfone distinguió una puerta cerrada que comenzaba a abrirse. Sabía lo que encontraría detrás, un lujoso salón sin ventanas al exterior. Escuchó las voces familiares que discutían detrás de la puerta, dudando entre acercarse a ella o no hacerlo. La voz de Martin rogaba prudencia mientras que el profesor Algernon quería salir de allí de una vez. No era muy difícil adivinar cuál de los dos impondría sus deseos.
—Mátalos.
Afrodita dio la orden en un susurro y Perséfone se preparó sin pensar, con la mirada fija en la puerta. Era como si ella misma no fuera real y se hubiera convertido en un elemento más de la ilusión, igual que las paredes que la rodeaban. El mundo pareció ir de pronto a cámara lenta para que ella tuviera tiempo de preparar el arma y apuntar. Dejó caer una rodilla al suelo para conseguir más estabilidad, en la otra apoyó el brazo. No le gustaba acercarse demasiado, era más fácil acertar a distancia.
—No seas idiota, Martín. Se ha olvidado de nosotros, hace horas que esperamos —las voces de detrás de la puerta se acercaban.
Lo había hecho tantas veces. Nunca le había temblado la mano. Disparaba sin cuestionar la orden que le habían dado, como un soldado que supiera que estaba haciendo justicia. Solo que ahora la orden no se la había dado Hades y no había justicia en aquello, solo egoísmo. Dos inocentes eran el precio de acercarse a Kain, de arreglar su error.
Arreglar errores cometiendo otros, esa era su vida.
Era lo que tenía que hacer.
***
Lya había permanecido en la puerta de la habitación lo que le pareció una eternidad, sin conseguir decidirse a entrar y usar el arma que Kain le había dado. El puñal invisible era algo fascinante. Cortaba y tenía que tener cuidado. Lo había examinado una y otra vez, había recorrido la hoja con el dedo y había apretado el mango hasta ser consciente de su corporeidad aunque no pudiera verlo. Pasó mucho tiempo antes de que oyera la voz de Kain no muy lejos y lo espió a escondidas.
No estaba solo. Hablaba con la mujer desconocida. Ella estaba a más distancia, pero su actitud no le gustó. Parecía cansada y tenía en los ojos ese brillo de los que lo han perdido todo, Lya sabía que la gente que no tiene nada que perder es peligrosa y no tuvo que esperar mucho para comprobarlo. Cuando Kain cayó al suelo continuó sin moverse, observando una escena que no era muy distinta a otras que había contemplado en el pasado. Los hombres se mataban unos a otros en cuanto tenían la oportunidad y era mejor que no la descubrieran.
Sin embargo, la escena que contemplaba ahora era diferente. La mujer no parecía aliviada después de la caída de su enemigo, sino que se la veía nerviosa y avanzaba hacia el joven con impaciencia pero muy despacio. Lya no entendía por qué, la veía tropezar en lugares donde no había nada, daba la impresión de que estaba ciega. Extendía los brazos y llegó un momento en el que cayó al suelo, como si no pudiera dar ni un paso más.
Ni siquiera el que Afrodita siguiera a la desconocida suponía un alivio para la niña. Su protectora parecía estar muy cansada. Se detuvo y cerró los ojos un momento, como si quisiera hacer algo que le costara un gran esfuerzo. Se vio recompensado por el miedo que apareció de pronto en el rostro de la desconocida, aunque Lya no sabía qué era lo que había hecho. Afrodita abrió los ojos y continuó avanzando, sus pasos eran lentos porque no podía más. Quería impedir que la mujer llegara hasta Kain, pero con sus miembros frágiles no lo lograría. Aquella desconocida podría librarse de ella con una simple sacudida si intentaba agarrarla.
No, aunque estuviera en el suelo, aunque en su rostro se reflejara el miedo, aquella mujer no estaba derrotada.
Lya se armó de valor y salió de su escondite. Se situó delante de Kain, como si con su pequeño cuerpo pudiera impedir el paso de la mujer hasta su compañero. Afrodita se relajó al verla y emitió un suspiro de alivio. Sonrió ante el desconcierto de la desconocida y Lya también sonrió cuando Afrodita le ordenó matar a los hombres. De pronto todo iba bien. Su protectora mataría después a la desconocida y ya no habría peligro. Volvería a sentirse segura.
Lya contuvo la respiración. No, las cosas no iban bien.
Todo sucedió tan rápido que casi no le dio tiempo a reaccionar. Oyó las voces de los hombres acercándose a la puerta, el pomo girando para abrirla, la mujer amartillando lo que sin duda era un arma invisible. Y entonces la niña lo supo. El giro del cuello, el ángulo de la mano, el comienzo del movimiento preparado.
Lya gritó y Afrodita se giró hacia ella, porque era la primera vez que hacía algo así. En su rostro se leía el desconcierto. No lo entendía y la niña no podía explicárselo. No había tiempo. Sin pensarlo dos veces echó a correr hacia la desconocida, que no se movió ni un milímetro, como si no viera ni oyera nada de lo que ocurría a su alrededor, tan concentraba estaba en lo que iba a hacer. Lya gritó de nuevo cuando vio que se giraba hacia Afrodita y disparaba a bocajarro.
Intentó golpear a la mujer con la rabia que a duras penas se había sobrepuesto al miedo, pero su adversaria había salido volando por los aires y no era la única. La fuerza de la repulsión que irradiaba había empujado también a Afrodita como si un tornado hubiera arrastrado todo lo que encontraba a su paso. Al menos parecía que había conseguido desviar la trayectoria de la bala, porque Afrodita estaba en el suelo pero se movía. En el interior de la habitación se habían escuchado golpes como de cristales rotos y la puerta no se abrió, las voces del interior se convirtieron en susurros asustados.
La mujer se incorporó a duras penas, sus manos estaban vacías. Miró un segundo a Afrodita y luego se giró hacia la niña.
—Deberías comprobar que está bien —la desconocida señaló a su adversaria, se sacudía el polvo de los pantalones pero su postura relajada era solo apariencia, sus músculos estaban tensos, esperando la primera oportunidad que tuviera para correr hacia Kain. Lya lo sabía. Y también intuía que en sus manos podía tener ya otra pistola, invisible a sus ojos. Miró a Afrodita por el rabillo del ojo, había dejado de moverse.
El nerviosismo que sentía aumentó. El mundo que la rodeaba, su mundo nuevo, empezó a desmoronarse. Desparecía ante sus ojos. Seguían rodeados de hermosas paredes pero el suelo bajo sus pies volvía a ser basura.
—No está muerta, ni siquiera inconsciente o la ilusión habría desaparecido del todo —dijo la mujer—. Ayúdala. ¿Cómo te llamas? Yo soy Perséfone. Somos… viejas amigas.
La mujer solo quería fingir que era amable para que se confiara. Era peligrosa. Y Lya no iba a darle su nombre. La buscaban, querían matarla. Ni siquiera se lo había dicho a Afrodita que la llamaba “mi pequeña ninfa”. Estuvo a punto de decir eso pero a sus labios acudió el nombre por el que solía llamarla Kain.
—Sxoria —respondió, las palabras no sonaban bien en su voz, las pronunciaba mal, no conseguía darle el tono correcto, escupir cada sílaba como hacía él. El sonido de su propia voz le sonaba extraño, discordante. Sin embargo Afrodita siempre la animaba a cantar—. No… Muevas…
La mujer que había dicho llamarse Perséfone volvió a quedarse quieta, el movimiento que había hecho era muy leve y, a pesar de todo, la niña lo había percibido.
—No estás armada y yo sí.
«Y es grande. Y es peligrosa como un escorpión. Y yo tengo miedo».
***
La niña estaba desarmada y ella tenía ya de nuevo la pistola en la mano. Perséfone se preguntó si las balas la rozarían o si también las repelería como a la gente que intentaba acercarse a ella. Solo podía hacer una cosa para saberlo.
Intentó ponerse de pie, la ilusión de Afrodita no se había desvanecido del todo sino que fluctuaba y en ocasiones todo se veía oscuro, pues todavía debía ser de noche. Extendió la mano y apuntó a la niña con la pistola que había sacado del cinturón.
—Solo quiero llevarme a Kain, Sxoria —pronunció con cuidado aquel nombre que no había oído nunca; podría haberla llamado “pequeña”, pero no quería sonar condescendiente, llamarla por su nombre era reconocerla como a una igual, ya había visto que aquella no era una niña corriente. Sin embargo su torpe intento no obtuvo resultado y a punto estuvo de resoplar, impaciente, cuando la niña negó con la cabeza. Su rostro estaba muy serio. ¡Maldita sea! No podía echar a correr hacia su hermano mientras ella estuviera en medio.
—Está herida —insistió, aunque la niña no desvió los ojos hacia Afrodita; y ni siquiera quería engañarla, no estaba mintiendo… o no del todo. ¡Se le daban tan mal esas cosas! Lo suyo era disparar—. Tienes que ayudarla, puede salvarse.
¿Quería realmente que la niña la ayudara? Era tan buena ocasión para librarse de Afrodita, pero no estaba allí para eso, nunca había pretendido matarla. ¿O no lo había hecho hacía unos minutos? Aprovechar la oportunidad. La bala que tendría que haber disparado hacía muchísimo tiempo. ¿No había pensado en eso? ¿Salvar a Kain no había pasado a un segundo plano? «No la odio. Ya no. O sí… La odié, pero ya no merece la pena. Si hubiera querido matarla estaría muerta».
Avanzó unos pasos hacia Kain, sin dejar de apuntar a la niña con el arma. Ella retrocedió y le dejó espacio para que pudiera agacharse junto a su hermano. No hizo intenciones de acercarse a ella y volver a usar su poder. Quizás dudaba. La pequeña tenía miedo y eso era lo importante. Perséfone emitió un suspiro de alivio cuando comprobó que Kain respiraba. La bala estaba alojada en el hombro y se había dado un golpe en la cabeza al caer.
—No te preocupes, Kain —murmuró—. Te pondrás bien. Te pondrás bien.
Soltó la pistola sin perder de vista a la niña, pero no hacía nada, se había quedado mirándola, sin intentar detenerla ni acercarse a Afrodita. Perséfone le indicó que iba a hacerle un vendaje improvisado, que no quería hacerle daño. Esperaba que la pequeña lo comprendiera porque solo podría ver sus movimientos ya que la tela era invisible. Tenía que entenderlo, él era su aliado y ella lo estaba ayudando. Quería salvarlo. ¿Cómo hacerle comprender que era su hermano? Quizás que lo supiera lo pondría en peligro a él. Tantas decisiones difíciles. Odiaba tomarlas, odiaba pensar. Sxoria abría espasmódicamente uno de los puños como si quisiera golpearla. El otro no. El otro lo mantenía quieto.
Casi cerrado. Tenso.
Como si sostuviera algo que ella no podía ver
***
A Lya no le gustaba Kain y tampoco la desconocida. No se acercó a Afrodita. Sabía que la había perdido, estaba tan acostumbrada a verlos morir… Con su madre había sido igual, días a su lado hasta que dejó de moverse y se quedó muy fría. Nadie duraba mucho en las Colinas de la Escoria. Eran sus colinas. Solo ella sobrevivía. Porque el miedo la ayudaba y le decía lo que tenía que hacer.
El miedo era el que levantaba el brazo, el que fijaba los ojos en el objetivo.
El que lanzaba el puñal.
Lo hizo mal, por supuesto. No consiguió la gran precisión con que los lanzaba Kain, pero de todas formas la mujer no podía esquivar algo que no veía, algo que no esperaba. No lo hizo y la hoja se clavó en su costado. Antes de que Perséfone dirigiera la mirada sorprendida hacia el arma, la blusa ya se había manchado de sangre.
«Muere, muere, muere…» —murmuraba la niña y era como si cantara una canción—. «Muere, muere, muere».
Y fue entonces cuando Kain empezó a recuperar el conocimiento, su cuerpo se tensó al ver a su hermana al lado. Ella no se había dado cuenta, se miraba la herida, más confusa que asustada. Y él entonces agarró el mango del puñal invisible y, en vez de sacarlo, apretó y lo hundió más en la carne.
Sxoria sonrió, era como si Kain la estuviera escuchando.
—«Muere, muere, muere»
Y Perséfone levantó la cabeza pensando que eso era el dolor. Sale de las entrañas y sube hasta el pecho como un latigazo, se incrusta en el alma. Casi no sintió la presión de la mano de Kain, su hermano apenas tenía fuerzas, pero el gesto le dolió mucho más que el mismo ataque. Y, antes de desmayarse, pensó que daba igual si moría o no. Afrodita había ganado.
***
Perséfone despertó en el hospital, conectada a una máquina que emitía un pitido que había sido la banda sonora de sus pesadillas. Por un momento se preguntó si aún seguiría soñando. Oía hablar a las enfermeras, decían que había tenido mucha suerte. ¿O era una ilusión y aún estaba tirada sobre un montón de basura? Le dolía el costado. Los médicos iban y venían, nunca se quedaban mucho rato. Nadie iba a visitarla.
Fue Bayley el que llegó dos días después, con una caja de bombones que ella no llegó a abrir. Le contó que el profesor Algernon y Martin estaban bien, felices porque habían recuperado su basura. Afrodita había desaparecido sin dejar rastro y el alcalde había decretado un día de luto por todas las víctimas, aceptando que había sido engañado como los demás. Ella había tenido mucha suerte, le dijo, los profesores de la universidad se habían erigido en salvadores de la ciudad y de ella misma, fueron los que avisaron a las autoridades y la llevaron al hospital. Perséfone casi no se atrevía a preguntar por Kain.
—¿Hubo más supervivientes? Había otro herido…
—No encontraron a nadie más. La niña desapareció con Afrodita. Estabas sola cuando te encontraron. No te preocupes, recupérate, tómate unos días libres y piensa en lo que te conté. Ya hablaremos.
No hubo más visitas, nadie le envió flores. Solo llegó un paquete una vez, se lo trajo una enfermera y, cuando lo abrió delante de ella, no había nada. «Un bromista», dijo la joven, pero Perséfone notaba el peso del puñal invisible sobre sus piernas, donde había caído al dar la vuelta a la caja. Era una amenaza.
Y por primera vez en todos esos días emitió un suspiro de alivio.

EN EL PRÓXIMO NÚMERO:
Perséfone seguirá el consejo de Bayley y se irá unos días de Blugdor, pensando en que una vez tuvo dos hermanos.

 





2 comentarios:

WilliamDarkgates dijo...

El arte, está realmente genial, y que sea en blanco y negro le da un toque especial. Ominoso.
En cuanto a la historia, pues después de tanta intriga, de conocer el pasado de Perséfone y su relación con la villana de turno, llegamos a la resolución del conflicto. Un final agridulce pero realmente inteligente, donde ninguna de las dos sale ganando. Además que nuestra antiheroina mantiene su bajo perfil. Creo que de haber sido un final donde Persy hubiese ganado, hubiese quedado mal, ya que esto es consecuencia de su mala actitud para con Afrodita en el pasado. En fin, una raya más para nuestra tigresa.

Un final que la hace más humana, y deja un regusto agridulce. Es un capitulo muy bueno, digestivo, la guinda de un excelente pastel.

Magnus Dagon dijo...

Por cierto que estaba pensando que Perséfone nunca 'vence' ni 'derrota' al malo, de modo que sigue sin cumplir los patrones de una heróina, como debe ser :)

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