Perséfone 011: Dos Sombras

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EN EL ÚLTIMO CAPÍTULO:
Perséfone recuerda cómo Afrodita y ella llegaron a convertirse en antagonistas, cuando ambas pertenecián a la organización de Hades. Ella misma había creado a la que ahora era su enemiga.


La gente que se apelotonaba frente al pórtico de columnas tendía a dispersarse cuando llegaba la noche, el rumor de las conversaciones descendía y los que se quedaban allí tendían a hablar en susurros, como si estuvieran delante de un templo. No eran muchos, los que habían conseguido llegar más cerca de la escalinata y preferían quedarse a la intemperie a perder el sitio. El alcalde había destinado una patrulla para vigilarlos, pero hasta el momento no se habían producido altercados; se les veía nerviosos, preguntándose por qué no iba más rápida la selección de personal o afirmando que todo aquello no era más que una estrategia publicitaria para llamar la atención sobre el complejo antes de inaugurarlo y que los trabajadores estaban ya más que contratados. Algunos miraban hacia la puerta cerrada, pero nadie intentaba pisar los escalones de mármol.
Lya observaba a los desconocidos oculta por la sombra de las columnas. Hubiera deseado que se marcharan todos, en ocasiones cerraba los ojos y deseaba que desaparecieran pero cuando los abría continuaban allí. Podía alejarse de la entrada con la confianza de que ninguno de ellos intentaría entrar pero, a pesar de eso, se sentía inquieta. La multitud le daba miedo. Eran tantos y tan parecidos, los veía a todos iguales, terribles como los escorpiones. Agradecía a Afrodita que acabara con ellos cuando los hacía entrar al edificio. Uno de aquellos hombres quería matarla y no podía adivinar cuál de ellos sería. Presentía que uno de los que se quedaban, uno de los que miraban hacia la puerta. De noche eran pocos pero eran más temibles porque eran los que no tenían miedo.
Le gustaba la puerta del edificio, los muros gruesos que la hacían sentirse segura. Se decía que no podían entrar y se ocultaba dentro en cuanto los desconocidos se convertían en sombras amenazadoras, pero esa noche no podía. Esa noche el edificio había dejado de ser un refugio seguro y por eso permanecía allí, escondida detrás de las columnas, en ninguna parte, lejos de las sombras que se agazapaban a pie de los escalones, lejos de las tres personas que habían entrado esa tarde y que aún seguían vivas.
Afrodita había encerrado a los dos hombres en una habitación y parecía haberse olvidado de ellos. Lya no lo había hecho y se había pasado toda la tarde dando vueltas por el pasillo, escuchando sus conversaciones tras la puerta cerrada, volviendo al pórtico que nadie más había atravesado ese día. Y también pensaba en la mujer que había llegado con los dos hombres, que se había alejado con Afrodita y no sabía dónde estaba. Esa mujer le daba aún más miedo que los hombres, no sabía por qué, pero esa voz interior que nunca sabía la causa de las cosas pero que siempre la había ayudado a sobrevivir le decía que tuviera cuidado. La voz susurrante y el miedo eran los dos amigos a los que siempre hacía caso.
Ahora le decían que se alejara, que volviera a esconderse entre la basura, donde nadie pudiera encontrarla. Desde el pórtico miraba hacia todas partes, pero el único sitio al que podía huir era el jardín lleno de sombras acechantes. Las Colinas de la Escoria habían desaparecido. Intentó convencerse una vez más de que al lado de Afrodita estaba a salvo.
No lo logró. La seguridad era solo apariencia y en cualquier momento el peligro podía abalanzarse sobre ella y no podría hacer nada. ¿Por qué no podía hacer nada? Ella también podía defenderse y matar, pero no estaba segura de conseguirlo sin sufrir ningún daño. ¿Y si la víctima se revolvía? Tendría que matarla de un único golpe para que saliera bien. Y eso le parecía algo tan difícil. Podía ser ella la que acabara en el suelo con mucha más facilidad que si permanecía escondida, esperando que no la vieran. Solo tenía que cometer un fallo para que el ataque se volviera en su contra.
Eso era lo que él siempre le decía. Él también le daba mucho miedo, con esos ojos brillantes y ansiosos que la miraban fijamente.
Nunca era amable.
Solía quedarse callado mucho tiempo, perdido en sus pensamientos, como si en realidad estuviera a muchos kilómetros de distancia. Otras veces se daba cuenta de su presencia y hablaba, largos discursos que Lya entendía solo en parte. No esperaba respuesta, pero tampoco dejaba de mirarla y eso era lo que más miedo le daba.
—No somos más que escoria, tú y yo. Basura… El que te haga creer otra cosa miente. El que te haga hermosas promesas quiere traicionarte. Todos te abandonarán, no lo dudes, incluso las personas que crees que no lo harían nunca… Te agarras a Afrodita como una garrapata. No deberías… Jamás confíes en nadie.
En quien no confiaba era en él, aunque nunca la había atacado. Su voz interior le decía que estaba viva porque él no la consideraba peligrosa.
Cuando entró esa noche en el edificio no subió las escaleras sino que las bajó hasta llegar a las profundidades del templo, buscándolo. A Lya le costaba mucho articular las palabras y no estaba segura de emplearlas de forma correcta así que casi nunca hablaba, se limitaba a mirarlo fijamente, esperando que él adivinara qué quería.
—¿Te manda Afrodita?
Lya negó con la cabeza y le hizo señas para que la siguiera.
—¿Qué quieres….? Oh, de acuerdo. Voy.
La siguió con aparente desgana, las manos metidas en los bolsillos y la cabeza gacha, aunque Lya sabía que estaba preparado por si ocurría algo. Caminaba a cierta distancia, nunca se acercaba mucho a ella. Nadie lo hacía, ni siquiera Afrodita, pero ni siquiera el alejamiento físico conseguía que se sintiera segura. Lo guió hasta una de las habitaciones, a través de la puerta cerrada se oía a dos hombres discutiendo.
—Juguetes de Afrodita —murmuró él, moviendo la cabeza—. Déjalos…
«Mátalos», quería pedirle Lya. Ojalá pudiera ordenárselo, pero él se había cruzado de brazos y escuchaba con atención la conversación de los prisioneros, que para ella no tenía ningún sentido. Fruncía el ceño y se lo veía cada vez más inquieto. Por un segundo parecía que iba a entrar y Lya aguantó la respiración, deseándolo. No lo hizo. Se apartó de la puerta después de pensarlo un segundo y se alejó sonriendo, sin que ella supiera qué pasaba. Lo único que quería era sentirse a salvo. Quiso llamarle y pedirle que volviera pero su voz sonó como un quejido, incapaz de pronunciar bien su nombre. Él se giró un momento, el miedo debía transparentarse en su rostro y él disfrutaba con ello. Le lanzó algo, como un potentado dando una limosna. Lya escuchó un sonido metálico a sus pies.

Perséfone se recuperó a duras penas de la impresión que le causaban aquellos cadáveres descompuestos e intentó no mirar la sangre, que había acabado formando un pequeño lago inmóvil entre los escombros. Hizo lo que pudo por ignorar los cuerpos que pisaba en su huida. Una vez que la ilusión se había desvanecido todo lo que tenía a su alrededor eran hierros retorcidos que habían sido transformados por Afrodita en las plantas que rodeaban el supuesto invernadero y tuvo que trepar por ellos para alcanzar la cima de la colina. Llegó con dificultad y se quedó arrodillada, sin atreverse a ponerse de pie. Levantó la cabeza un momento y el viento golpeó su rostro como si le diera una bofetada, pero fue una sensación agradable que se llevó el olor a cadáver en descomposición que tenía metido en la nariz. Observó a su alrededor, había anochecido y todo estaba en sombras, las toneladas de basura se extendían hasta donde abarcaba la vista.
No tenía muchas opciones. Podía pasar la noche allí y esperar a que amaneciera o podía intentar volver a casa. La segunda era con diferencia la idea que más le gustaba. Su pequeño apartamento de pronto le parecía un auténtico hogar donde podría darse una larga ducha, le costaría quitarse aquel desagradable olor de encima, pero lo lograría y podría olvidarse de todo. Y después… podría huir. Marcharse de Blugdor no le parecía mala opción. Si Afrodita la perseguía dejaría tranquila la ciudad, quizás no podría salvar a sus compañeros prisioneros pero sí a mucha gente inocente. ¿No era eso lo importante? Preocuparse por los demás y no por ella misma… ¿A quien intentaba engañar? ¿Importaba acaso? No tenía que darle explicaciones a nadie. Buscó una linterna en su bolso para iluminar el camino. No iba a ser fácil.
Suspiró. Era imposible que los encontrara, por mucho que los buscase. El lugar era inmenso, no sabía dónde podían estar ni en qué dirección dirigirse. Ella había escapado de la ilusión y no era fácil orientarse fuera de ella y reconocer entre los desechos las escaleras y los pasillos que había seguido. Y ellos no serían capaces de adivinar que todo lo que les rodeaba era falso. Quizás incluso ya estaban muertos y todo lo que intentara sería inútil.
¡Maldita sea! ¿Por qué tenía que pensar en ellos?
Porque era culpa suya, solo por eso, porque si no fuera por ella Algernon y Martin seguirían en la entrada guardando cola y protestando porque nadie les hacía caso. Vivos. Siempre metía en problemas a la gente que la rodeaba.
No era extraño que todos la terminaran odiando.
«Soy capaz de destruir la ciudad intentando salvarla. ¿Te gustaría eso, Scream? No sabes el bien que te hice alejándome de Ernépolis».
Sin embargo, alejarse de sus hermanos no fue para bien. ¿Habrían resultado mejor las cosas si se hubiera quedado? Lo pensaba todas las noches, aunque no servía de nada preocuparse por algo que no podía cambiar.
Tal vez si hubiera estado con ellos las cosas habrían sido iguales o peores. ¿Podría haber sido peor? Había visto el cielo desde otros planetas, entendía que Jacob también hubiera querido verlo. Aunque ella hubiera estado allí, en algún momento él habría necesitado volar.
Y no lo habría retenido, y Kain seguiría echándole la culpa. Sin embargo, pensar que el resultado habría sido el mismo no hacía que se sintiera mejor.
Trastabilló y estuvo a punto de caer al suelo. Veía reflejo de luces a lo lejos, pequeños puntos de luz que podían ser faroles o linternas. Decidió dirigirse hacia allí y no solo por la esperanza de encontrar gente. Era el único punto que le garantizaba que no se movía en círculos.
Apenas avanzó unos metros cuando sintió que algo pasaba rozando su hombro. Algo que no veía. Se detuvo y apagó la linterna. Su primera reacción había sido iluminar el lugar desde el que había venido el ataque, pero era inútil. Sabía que no lo vería si él no lo deseaba, así al menos tenían la misma ventaja.
—Podría haberte matado, estás siendo muy descuidada, Pat —oyó como Kain salía de su escondite y avanzaba hacia ella. A la luz de las estrellas era solo una sombra oscura. No tropezaba, caminaba con esa seguridad que había adquirido en los últimos años y levantaba el brazo y movía los dedos como si jugara con un palo invisible.
Seguramente era un puñal.
Perséfone volvió a encender la linterna y desvió el haz de luz al suelo, a la misma distancia de ambos. Los dos con la misma ventaja.
En ese momento, Perséfone deseó encontrarse dentro de la ilusión. Allí podría pensar que Kain no era real, que era una más de las trampas de Afrodita para hacerle daño. No lo era, o quizás sí. Kain no podía estar allí por casualidad.
—Parece que volvemos a encontrarnos donde lo dejamos —siguió él—. Y esta vez soy yo el que tiene ventaja. Son mis aliados los que nos rodean.
—Kain, no tienes ni idea de quién es Afrodita y lo que puede llegar a hacer. Ella me odia y quiere hacerme sufrir —¿seguro? ¿o era al revés? En ese momento no importaba demasiado, tenía que convencerle—. Sabe que hacerte daño a ti me lo hará también a mí. No estás seguro con ella. Te está engañando. Te traicionará.
—¿Igual que hiciste tú? No, Pat, te equivocas. Ella nos encontró aquí, a mí y a la niña silenciosa. Fue una grata sorpresa cuando descubrí que teníamos odios en común.
—¿Le dijiste que eres mi hermano? —si no se lo había dicho, si pensaba que solo era un enemigo más de los muchos que tenía… tal vez Kain tenía una oportunidad—. ¿Se lo dijiste, Kain? —insistió. Él no contestó a la pregunta.
—No vas a engañarme, sé que no soy yo quien te preocupa… ¿Quién es? ¿Alguno de los dos idiotas encerrados? Sí, siguen vivos aunque no sé por cuánto tiempo. Podría llevarte con ellos… ¿Te gustaría? Podría llevarte y que vieras cómo los matan. ¿Te gustaría, Pat? Ver lo que has hecho, por una vez. Pero tu estilo es más salir corriendo ¿no?
—Las cosas no siempre son lo que parecen, Kain. Escúchame. Ni siquiera la muerte de Jacob fue como creíamos. Me han contado cosas que…
Kain resopló y ella detuvo la frase sin terminarla. No tendría que habérselo dicho, era mejor que no supiera nada. ¿Engañarle? No, protegerle. Lo que no conoces no te hace daño. Y dolía. Dolía mucho.
—¡No pronuncies su nombre, no tienes derecho! ¡Dejaste de tenerlo cuando te fuiste!
Él gritó y ella sintió que tenía razón. No avanzó ni hizo intenciones de atacarla, se limitó a chillar, a insultarla, dejó salir palabras de rencor y desprecio que herían más que las armas. Y mentiras. Tan exageradas que ni él mismo podía creerlas. No lo hacía. Kain quería que enfadara, que la ira la llevara a lanzarse sobre él y pudiera acusarla con motivos, pero Perséfone no sentía rabia sino que cada palabra era una gota que se agolpaba en su lagrimal, pugnando por salir. Contuvo las lágrimas, contuvo el deseo de echar a correr hacia él, de abrazarle muy fuerte y hundir la cabeza en su hombro. Nunca lo había hecho, siempre había sido él quien buscaba su consuelo, ella tenía que ser la fuerte. Porque era la mayor y ellos confiaban. No podían ver que también tenía miedo, que podía fallar. «Y ahora ya lo sabe, y ya no puedo hacer nada. ¿Es tan malo que vea que no soy invencible? ¿Tan terrible es que sepa la verdad? que puedo equivocarme. Que les fallé… Es la verdad. Soy yo la que quiere seguir siendo invencible». Perséfone retrocedió un paso, tropezando. Levantó la linterna y él avanzó hacia ella, sin deslumbrarse.
—¿Ahora usas armas que puedo ver? Me decepcionas, hermanita.
Por un momento se sintió desconcertada, no había sacado el arma aunque su mano estaba preparada para introducirse en el bolso, pero por el momento se limitaba a alumbrarlo con la linterna, bajando de nuevo el haz porque no quería deslumbrarlo. Miró entonces su brazo extendido y comprendió. Ella estaba fuera de la ilusión, pero él debía estar dentro y Afrodita estaba alterando la realidad. ¿Cómo la veía su hermano? ¿Cansada, sucia, derrotada? Así era como se sentía. ¿O se presentaba ante sus ojos altiva, orgullosa y cruel? ¿Tenía Kain en realidad ese aspecto amenazante? ¿Iba a atacarla? No sería la primera vez.
La linterna tembló en su mano, pero no la apagó, metió la otra en el bolso y buscó a tientas la pistola. Se sintió más segura con el dedo en el gatillo aunque no le apuntó. «No lo hará», se dijo. Pensó que estaba a suficiente distancia para darle en el hombro si apuntaba bien, sería suficiente para desarmarlo. No. No tenía ni que pensar en eso. El sonrió, como si adivinara la lucha de Perséfone entre su razón y su instinto, sus ojos seguían fijos en la linterna, como si esa fuera el arma de la que debía protegerse. Kain levantó el brazo y su mano hizo el gesto de lanzar el puñal pero era un farol y ella lo supo al instante. No miró el aire ni esperó el golpe, contemplaba los dedos, que aún estaban arqueados, sujetando el arma que no había lanzado. Él no se movió y frunció el ceño con ese gesto de fastidio que hacía cuando las cosas no le salían bien. Perséfone tragó saliva al recordarlo. Kain no era tan distinto al niño que fue una vez. Ella lo conocía tan bien. El estallido de rabia que seguiría, sus intentos torpes de volver a intentarlo, su frase, siempre murmurada entre dientes, más para sí mismo que para los demás «pues ahora sí que lo haré».
El puñal salió volando y esta vez él estaba muy serio. En la lucha interior de Perséfone ganó el instinto y su corazón se aceleró al comprender lo que estaba haciendo. «¡No! ¡No» El brazo iba más rápido que el pensamiento, levantó la mano que sostenía la pistola y disparó sin poder impedir que él actuara primero. Sintió de pronto el impacto del puñal en la mano que sostenía la linterna, que salió despedida. Oyó un quejido delante de ella, el golpe de algo grande que caía. ¡Kain! ¿Qué había hecho? La linterna rodó por el suelo y se apagó. Todo quedó a oscuras. ¡Maldita sea! ¡Mil veces maldita! No perdió el tiempo y corrió en la oscuridad, hacia él, recriminándose su nuevo error. Otro más. Porque había disparado al hombro ¿No era cierto? Había sido su deseo, su intención. ¿Lo había hecho, en realidad? ¿O había actuado sin pensar, como la profesional que era? Que había sido, en otra vida… Que aún era… ¡Quería dejar de pensar! ¿Había actuado como siempre? Si disparaba por instinto siempre lo hacía al corazón. Pero esta vez había pensado, lo había hecho. El hombro. Trastabillaba en la oscuridad, resbalaba, retrocedía, se agarraba con las manos a cualquier saliente que encontraba entre la basura. Kain parecía estar siempre demasiado lejos. No iba a echarse a llorar.
El  bulto estaba ya delante de ella, a tan solo unos pasos Entonces oyó una risa a su espalda, la voz melodiosa no ocultaba el sarcasmo cuando habló.
—Yo no he hecho nada —se excusó Afrodita—. Has sido tú. Tú misma. Lo has matado.

EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO:
¿Ha matado Perséfone a Kain? ¿O es todo una nueva ilusión de Afrodita? En el próximo capítulo descubriremos el final de esta emocionante aventura.


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4 comentarios:

WilliamDarkgates dijo...

Este capítulo inicia donde quedo el capitulo 9; y nos muestra también la historia desde la perspectiva de un personaje secundario. La historia, cada vez más interesante e interna; podemos ver el alcance de Afrodita como villana. Excelente como va hilando las cosas para, no derrotar a Persy, sino hacerla sufrir.
Cada vez esto comienza a perfilarse como lo que es: una vendetta contra nuestra antiheroina. El ritmo que lleva la historia esta genial, se nota la diferencia entre los autores. Rae más reflexiva y más reposada. Aun así, la historia se va volviendo interesante porque envuelve.

Raelana dijo...

Lo de cambiar de puntos de vista es muy mío, espero que el lector no se líe xDDD (y ya verás el próximo...) ¡¡Gracias, Will!!!

Magnus Dagon dijo...

En los Jammers cambié el punto de vista una sola vez en todo el libro y estaba acojonado de si iba a quedar mal... mi estilo no es, desde luego :D

Raelana dijo...

Yo lo hago mucho, demasiado, quizás. En un capítulo de otra historia tengo tres distintos en un mismo capítulo y me lo criticaron, porque el lector se liaba... es un riesgo que a veces sale mal.

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