Certamen 'Los Caídos' (ganador): Bajo la lluvia, de Raelana Dsagan

[haz clic aquí para descargar la versión pdf]


Autor: Raelana Dsagan
Portada: Goki Benítez



1

«Las ratas siempre son las primeras que huyen», pensó Zoe. En ese momento, una de ellas salía de entre los cubos de basura que se amontonaban al fondo del callejón y desaparecía tras una grieta de la pared. Le hubiera gustado hacer lo mismo, salir corriendo y no enfrentarse a Silenciador. Suspiró. No tenía posibilidades de vencerlo, lo conocía bien.

Ahora su arma la apuntaba y ella solo buscaba la forma de escapar. Sobrevivir, para cuando las circunstancias fueran mejores, como había hecho siempre. Si al menos lloviera… pero su enemigo también había tenido eso en cuenta. Zoe miró a su alrededor, la grieta por la que había desaparecido la rata estaba demasiado lejos y no tenía tiempo. Estaba atrapada en un callejón sin salida, sólo podía retroceder hacia los cubos de basura. No había ningún lugar donde esconderse.

Las ratas acorraladas no se rinden sin luchar.

Silenciador ya tenía el arma en la mano. Zoe saltó para esquivar el disparo y se hizo un ovillo en el suelo mientras desenfundaba su pistola. Parecía de juguete al lado de la de su oponente, pero no tenía otra cosa. Su enemigo no dejaría que se acercara a él, sólo podía ganar tiempo. Si al menos lloviera... Disparó y volvió a moverse, rodó por el suelo hasta que se golpeó contra los cubos de basura. Zoe tragó saliva. Oía los pasos de Silenciador aproximándose. Controló entonces el aliento, dejó sus miembros laxos, incluso aflojó la presión de la mano que sostenía la pistola. Si se acercaba lo suficiente…

No lo hizo. Permaneció a unos metros, apuntándola, girando los tubos que formaban su arma para usar el proyectil que podía destruirla. Zoe tomó impulso y giró de nuevo en el suelo; esta vez iba hacia él, buscando el encontronazo que le permitiría agarrarse a sus piernas. Quizás no lo consiguiera, pero le daría unos segundos más. A veces un único segundo podía suponer una diferencia. La posibilidad de huir.

Silenciador lo sabía. La conocía. Evitó el golpe y las manos de Zoe no pudieron asirse a nada. Quedó tumbada en el suelo, mirando la Nube sobre su cabeza.

No llovía.

En ese momento, era lo único de lo que era consciente.

Sintió el disparo de Silenciador. El rayo de energía le dio de lleno. El dolor era insoportable. Zoe intentó levantar la mano, llevársela al pecho. Terminar. Un segundo disparo le atravesó la palma y dejó caer el brazo. La sangre le salía a borbotones, se escapaba como una marea roja. Zoe miraba al cielo, a la Nube amenazadora que se cernía sobre ellos. No llovía. Cerró los ojos entonces. Morir no era tan difícil. Si no doliera tanto... Oyó los pasos de su oponente, alejándose. No la había rematado. La dejaba agonizar, o tal vez ya parecía muerta. Tan gris. Levantó la mano de nuevo y a duras penas consiguió llevarla hasta el pecho. Sentía la sangre pegajosa. Todavía se derramaba, aún no estaba muerta. Encontró la cerilla en el bolsillo. La frotó hasta que prendió la llama y su cuerpo comenzó a arder. Zoe sintió el calor, las llamas que la consumían. La sangre dejó de manar. El fuego ardió hasta que su cuerpo se convirtió en una masa carbonizada.

A la mañana siguiente volvió la lluvia, la ceniza gris y caliente que caía desde la Nube que cubría perenne el cielo de Ernépolis I. Ceniza que se mezcló con los restos calcinados de Zoe hasta cubrirlos del todo. Se adhería a los huesos y, poco a poco, empezó a hacerse uno con ellos; la ceniza delimitaba los largos brazos y las piernas de la joven, dio volumen al torso y forma a la cabeza. Zoe empezó a respirar de nuevo, al principio muy lentamente, después de forma entrecortada, como si respirara polvo. Abrió los ojos. Estaba ciega, no se había formado todavía nada en sus cuencas vacías. Tardaría tiempo en recuperarse del todo. Lo sabía. No era la primera vez.

Durante un tiempo tendría un frágil cuerpo de ceniza, que en algún momento volvería a ser de carne. Hasta ahora eso no había importado, estaba en Ernépolis I y llovía. Llovía ceniza.

Pero Silenciador volvería y no estaba preparada para enfrentarse a él de nuevo. No en esas condiciones. Tenía que huir.

2

Zoe recordaba aquellas últimas horas en Ernépolis I como si hubieran sucedido esa misma mañana. No era así. Había pasado mucho tiempo y la ciudad había cambiado. Reconocía algunas de las calles, otras le resultaban desconocidas. Llovía. Era lo que más había echado de menos. A cada gota de aguaceniza que caía sobre su piel se sentía más fuerte, más completa. Llevaba la cabeza descubierta, el pelo hacía muy poco que le había empezado a crecer.

Había dejado la ciudad ciega y débil. Recordaba algunos olores, sonidos que ahora sentía cambiados. Le habían dicho que no merecía la pena volver, que Silenciador estaba muerto pero que ahora otra sombra maléfica dominaba las calles, una sombra a la que llamaban el Caído.

Zoe no les había hecho caso, el pasado la llamaba. Había dejado muchas cosas atrás y era el momento de recuperarlas, de volver a ser de nuevo ella misma. Pero antes quería recordar.

Sus pasos la llevaron hasta el callejón donde había estado a punto de morir; los cubos de basura seguían estando allí, una capa de polvo gris cubría el suelo. Todo tan habitual y, al mismo tiempo, lo sentía extraño. Zoe se dejó caer al suelo y miró hacia arriba, a la Nube, dejando que el aguaceniza cayera sobre ella y la cubriera.

***

Clift se impacientaba, como siempre. A Garret le costaba conseguir que se tranquilizara y lo disculpaba diciendo que era demasiado joven. Clift deseaba hacer grandes cosas, sentirse un héroe, y no era consciente del peligro. Todavía tenía mucho que aprender. Garret pensaba a veces que tal vez él mismo era demasiado viejo ya para las incursiones, que le faltaba empuje y energía para enseñar a aquellos muchachos que estaban a su cargo. Otras veces creía que no era así, que los miembros de su escuadrón no podían sentir la presión del peligro que les rodeaba porque ese peligro no existía.

Siempre estaban en retaguardia o haciendo inspecciones rutinarias donde solo se tropezaban con criminales de poca monta, como ahora. Era un grupo de adiestramiento. Garret era el único que tenía experiencia; llevaba en la organización casi desde sus inicios, pero se había ocupado de tareas dentro del Aquerón. Hasta que Scream le había pedido que volviera a las calles. Seguramente sus chicos pensaban que su prudencia era cobardía y no se imaginaban que una vez había sido uno de los héroes que luchaban por la ciudad. Hacía ya tanto tiempo de eso que le parecía como si hubiera sucedido en otra vida. Ahora todo era distinto, sus chicos le hacían caso porque hasta el momento había tomado las decisiones correctas; sin embargo, sabía que un día cometería un error y el respeto que le tenían desaparecería. Un error que lo llevaría de vuelta al Aquerón. Garret era consciente de sus limitaciones, a veces pensaba que su tiempo había pasado ya, que su trabajo de instructor era algo temporal y que debía ceder espacio a los jóvenes pero, en el fondo, quería ser un héroe, como todos.

Su mirada pasó de Clift, escondido en un portal, a Bosley, acuclillado entre las sombras, preparados. Desvió los ojos hacia Morgan, presto para salir en cuanto Toole desapareciera de la vista de los criminales. Sus chicos. Morgan era el mayor. Garret había supervisado su entrenamiento desde que entró a formar parte de los Caídos. Lo había visto aprender, cómo iba creciendo en cada salida hasta que el traje del Caído pareció formar parte de su persona. Morgan tenía una seguridad que no tenían los demás, a Garret a veces le parecía que los chicos escuchaban a Morgan con más atención de la que le prestaban a él. Sí, Morgan estaba preparado para formar su propio escuadrón, no podía retrasarlo más. Hablaría con Scream.

Los delincuentes corrían y se internaban en el callejón sin salida. Toole dejó de perseguirles y se desvaneció en las sombras. Al otro lado, como si se hubiera materializado de pronto, apareció Morgan. Los ladronzuelos se detuvieron en seco para no chocar contra la aparición que ahora estaba frente a ellos. Morgan avanzó un paso, muy despacio. No necesitaba proferir amenazas, su sola presencia imponía; al hablar lo hacía en susurros, pero con contundencia. A Garret le parecía que la voz del resto de sus hombres era muy distinta a pesar del distorsionador que las hacía iguales.

Era porque él los conocía, notaba los matices. Los delincuentes no se daban cuenta, aquellos estaban a punto de desmayarse.

Siempre era demasiado fácil. Los callejones oscuros, las sombras, la lluvia, todo los ayudaba a infundir el miedo en criminales que ni siquiera merecía la pena molestarse en atrapar. No, no tenía que dejarse llevar por el desánimo de sus hombres. Estaban aprendiendo y lo que hacían también era importante, cortaban las malas hierbas antes de que tuvieran tiempo a crecer. A sus chicos les parecía demasiado poco, a Garret le hubiera gustado poder convencerles de que estaban preparándose para convertirse en héroes, pero ni siquiera él estaba seguro de lograrlo.

—¿Qué está pasando, jefe? —la voz de Clift sonó a través del intercomunicador. Garret podía distinguirlo claramente, se movía nervioso en su puesto. Los otros dos no dijeron nada. Estaban preparados, aunque Morgan lo tenía todo controlado y no haría falta que intervinieran. ¿Qué le preocupaba a Clift?

Era el montón de ceniza que había al fondo del callejón. Una masa gris, apelmazada por el aguaceniza que caía del cielo. Se movía. Rodaba lentamente hacia Morgan. Garret se fijó en que los pies del joven estaban hundidos en la capa de ceniza que cubría el suelo.

La masa gris llegó hasta Morgan y se incorporó, como si tuviera largas piernas para sostenerse. Lo abrazó por detrás, como si tuviera brazos. Apretó. Y Garret sintió el jadeo de sorpresa de su compañero a través del intercomunicador.

—¡No! —ordenó Garret a sus hombres. Era lo más difícil, no hacer nada. Mirar. No podían poner en peligro la ilusión del Caído. Lo sabían, pero nunca habían pensado que ocurriría. ¿Qué podían hacer, de todas formas? ¿Cómo se luchaba contra un ser de ceniza que se fundía con su compañero hasta cubrirlo del todo? La forma de una cabeza pareció levantarse sobre un largo cuello gris y el rostro de Morgan desapareció dentro de ella. Ya no se oía por el intercomunicador, sólo una débil respiración entrecortada que no reconocía. ¿La criatura? Le parecía que susurraba algo, pero no llegaba a entenderlo del todo.

«Llueve. Llueve».

Una fina capa de ceniza empezaba a caer del cielo.

—Garret… —era la voz de Clift, impaciente de nuevo. El jefe de escuadrón le ordenó silencio. Tenían que aceptar que había cosas para las que todavía no estaban preparados. Eran parte de un equipo. Su fuerza se basaba en eso, no en heroicidades individuales. Regresarían al Aquerón y hablarían con Scream. Él sabría cómo enfrentarse a la criatura que ahora retrocedía unos pasos, dejando ver de nuevo el abrigo de su compañero, su sombrero de ala ancha que cayó al suelo, en medio de la ceniza. Morgan ya no estaba.

La criatura se volvió hacia los ladrones, que no dudaron en salir corriendo. No les impidió la huida. Garret ordenó a sus hombres que los dejaran marchar. Podía equivocarse, desde luego, era muy consciente de ello. La posibilidad siempre estaba presente, pero era él quien tenía la responsabilidad del grupo.

La extraña figura cada vez definía mejor lo que parecía un cuerpo humano. Los brazos largos y delgados, una silueta vagamente femenina, la forma de la nariz en un rostro que no perdía su tono grisáceo. Miraba hacia el cielo, hacia la ceniza que caía sobre ella, como si eso fuera una bendición que recibiera inusualmente. A Garret le costó presionar el mecanismo que haría arder la ropa de Morgan, pero no podía dejar que la criatura descubriera sus secretos.

Indicó a sus hombres que no se movieran, aunque sentía a Clift cada vez más nervioso. Aquello era cosa suya. Proyectó su sombra, enorme, abarcando todo el callejón. Avanzó un paso para dejarse ver. La criatura había abierto los brazos, recibiendo la lluvia, aunque no parecía que sintiera el triunfo de su victoria.

‘¿Quién eres?

Ella se giró al oírle. Garret sabía que el efecto de la sombra era impresionante, que su figura imponía, sin embargo su voz salió más ronca de lo que hubiera deseado. No como la de Morgan. Su voz nunca había tenido la seguridad de la de su compañero.

La criatura no parecía sorprendida, como si ya esperara algo así. Garret notó que el rostro adquiría rasgos cada vez más nítidos, su cuerpo se parecía cada vez más al de una mujer. Ella levantó la mano en un gesto que parecía de protección.

Garret no vio nada más. La ceniza que caía del cielo golpeaba la mano de la mujer y salía como un torbellino hacia él, que la sintió sobre su rostro como un puñetazo. Cerró los ojos, pero no pudo evitar que el polvo lo cegara. Cuando los abrió ella no estaba.

—Ha huido —dijo Bosley, acercándose a él y señalando la dirección por la que se había alejado—. Clift y Toole la están siguiendo.

Sin preguntar, sin esperar sus órdenes. Tenían que informar, volver al Aquerón, hablar con Scream, dejarlo todo en manos de quien podía ocuparse de ello. «No somos héroes, no lo somos en realidad». Clift quería serlo, y los demás. Y él también.

Bosley esperaba sus órdenes y Garret asintió con la cabeza. De todas formas, cualquier día iba a tomar la decisión equivocada. ¿Por qué no en ese momento?

—Intentemos alcanzarles —asintió.

3

Zoe corría por los callejones de Ernépolis buscando un lugar donde esconderse. Ya sabía que las historias que había oído eran reales, que el Caído era un ser inmortal y que sus pequeños trucos no le harían nada. Debería haber quedado cegado durante un buen rato, el tiempo suficiente para que ella pudiera escapar, pero no había sido así. Lo había visto segundos después, delante de ella, una sombra alargada que se acercaba lentamente. Había cambiado de dirección, se había perdido entre las calles retorcidas. La sombra seguía detrás. En algunos momentos dejaba de verla, de oír sus pasos. No podía relajarse, a los pocos segundos lo oía acercarse de nuevo. El sonido la ponía nerviosa, ver su sombra de refilón la inquietaba. No llegaba a alcanzarla, al menos había conseguido eso, siempre estaba un paso por delante de él. Zoe temía el momento en que la breve ventaja que llevaba desapareciera, cuando se viera de nuevo acorralada. ¿Qué podría hacer contra él? Huir. Tenía que huir, no podía dejar que la alcanzara.

Las calles habían cambiado y pronto se encontró recorriéndolas a ciegas, sin saber hacia dónde iba, buscando escondrijos en las esquinas, sin atreverse a quedarse demasiado tiempo en ninguno. Al final encontró un hueco entre los escombros de una casa abandonada. No oía pasos detrás de ella, no veía sombras oscuras dentro de las sombras. No podía estar lejos, pero tenía una oportunidad para esconderse.

El Caído avanzaba en silencio. Zoe lo veía, aunque no oía el sonido de sus pasos. Temió haberse equivocado, que descubriera su torpe escondrijo porque caminaba directamente hacia ella. No. El Caído levantó la cabeza y miró al fondo de la calle, después en la otra dirección. Zoe no podía verle la cara, el rostro estaba completamente en sombras. Se había detenido justo delante de su escondite, si hubiera alargado la mano habría podido tocarlo… Eso ya lo había hecho y no había servido de nada. Tenía que quedarse quieta, esperar a que se marchara. Lo hizo. Se alejaba. Zoe lo contempló hasta que se perdió de vista, no miró atrás en ningún momento.

Lo había conseguido. Había escapado.

***

No. No podía ser. Clift aguantó un ¡maldita sea!, aunque Garret lo vio mover claramente los labios. Bosley suspiró. Toole se encogió de hombros. El edificio que tenían delante era una de las viejas factorías de Gorgon Enterprises.

Garret pensó una vez que se había equivocado al fingir que habían perdido la pista de la criatura y limitarse a seguirla para ver hacia dónde se dirigía. Podría haberla atacado, pero no sabía cómo podría reducir a un ser que era capaz de convertir su cuerpo en cenizas. Lo estaban viendo ahora mismo, cómo se desmaterializaba para pasar a través de una rendija que había encontrado en la vieja estructura. El proceso era lento, pero la criatura parecía no tener prisa. Primero fue la mano la que desapareció en el interior del edificio, luego el brazo, el cuerpo, la cabeza. Clift quería actuar, pero Garret lo detuvo con un gesto. No estaban en cualquier sitio, aquella factoría estaba precintada y vigilada para que nadie entrara. Algunos de los edificios de Ellen Gorgon eran peligrosos.

—Bosley, vuelve al Aquerón a informar de todo lo que ha ocurrido —ordenó Garret. Miró a Clift, pensando si estaba tomando la decisión correcta, si no hubiera sido mejor enviar al más joven y al más inquieto de vuelta al cuartel general. Era muy probable que Clift no obedeciera, estaba a un paso de hacerlo y era mejor no darle la oportunidad.

—¿Cómo vamos a entrar? —se lamentaba Clift. Por toda respuesta, Garret se quitó el sombrero y sacudió la ceniza que se había amontonado en el ala. Había dejado de llover. Se quitó también el abrigo, todos los aparatos que podían identificarlo como uno de los Caídos. Se sentía desnudo. Un hombre de mediana edad con demasiadas canas y aspecto cansado. Sin el traje dejaba de ser un héroe. Toole ya le estaba imitando; Clift parecía reacio, pero asintió y dejó al descubierto su cabello pelirrojo y su rostro lleno de pecas. Parecía sentirse tan incómodo como él sin el traje, levantaba la cabeza como si todavía llevara puesto el sombrero. A Garret le parecía que tenía la expresión de un niño desconcertado.

Seguramente ahora él tampoco daba la sensación de ser un héroe. Asintió y le indicó a sus hombres que lo siguieran hasta una entrada lateral, donde se identificó ante los guardias como jefe de mantenimiento, tenían que hacer una inspección rutinaria.

Garret pensó que tenía suerte de que ese fuera su trabajo en la vida real. A veces se preguntaba cual de sus dos existencias era realmente verdadera, si la que llevaba en Gorgon Enterprises o cuando actuaba como el Caído; terminaba concluyendo que se sentía más auténtico cuando llevaba el sombrero y el abrigo, cuando caminaba como si fuera una sombra, cuando no tenía identidad. Se sentía disfrazado con el uniforme de la empresa, cuando cogía las herramientas. Trabajaba como si cada cable que conectaba fuera falso.

Los guardias lo conocían y los dejaron entrar sin problemas. Aquel edificio llevaba mucho tiempo abandonado, había sido una de las factorías que Ellen Gorgon destinaba a experimentación y los residuos que quedaban podían ser peligrosos. Scream lo había precintado y había puesto guardia permanente para impedir que la gente entrara. De vez en cuando se hacían inspecciones rutinarias para medir niveles de radiación. Nadie se dio cuenta de que Garret y sus hombres no llevaban los trajes adecuados.

Localizaron pronto el lugar por donde había entrado la figura gris. Había restos de ceniza en el suelo, vio la marca de un pie. No se molestaba en ocultar sus huellas. Bosley avisaría a Scream y él se encargaría de todo. Si conseguían localizar a la criatura ya era mucho. Siguieron el rastro de ceniza que se perdía en uno de los pasillos.


—Escóndete, pequeña. Escóndete, que no te vean.

La voz de su padre le llegaba como en un sueño, mientras permanecía escondida debajo de una de las mesas que llenaban el laboratorio donde vivían ahora. Cuando la mujer de la mano extraña entraba en la habitación tenía que esconderse, aunque Zoe pensaba que sabía que ella estaba allí. Ellen Gorgon era una presencia inquietante, como una bruja salida de un cuento de hada. Zoe aprendió su nombre y reconocía el timbre de su voz, aunque desde su escondite raramente conseguía verle la cara. Con el tiempo aprendió a reconocer las amenazas veladas, el miedo de su padre cada vez que ella aparecía. No salían nunca del laboratorio y Zoe empezó a pensar que el mundo consistía en esas cuatro paredes entre las que vivían. Todo lo que había detrás de la puerta por la que entraba Ellen Gorgon era peligroso.

«Lo conseguiré», decía su padre mientras mezclaba líquidos y miraba por el microscopio. Tenso. Nervioso. Cada día más. Ella lo ayudaba. No había ventanas en el laboratorio aunque a veces se oía la lluvia a través de las paredes. Zoe quería salir, pero su padre negaba con la cabeza. Es peligroso. Siempre es peligroso.

Su padre tenía la piel cada vez más gris, parecía como si se estuviera secando a cada día que pasaba. Le daba un extraño líquido que tenía regusto amargo, él también lo bebía. Era lo único que no era peligroso, todo lo demás lo era. Salir de allí. Ellen Gorgon. Los experimentos. Hasta respirar podía ser arriesgado, pero eso no podía evitar hacerlo.

—Escóndete, Zoe, escóndete.

Se agachó en el suelo y notó que sus manos también se estaban volviendo de color gris, como si estuvieran manchadas de polvo, pero por más que frotaba la suciedad no desaparecía. Eso la angustiaba y las frotaba todavía con más fuerza.

—¿Está listo? —las palabras de Ellen Gorgon retumbaron en sus oídos. La tenía tan cerca. Veía sus pies, oía balbucear a su padre, tan nervioso, tan gris. La voz de ella le llegaba mucho más clara—. Estupendo. Ya no te necesito.

Se dio la vuelta. Entró otra persona. Sonó un disparo. Un golpe. Algo caía al suelo. Se quedo quieta, temiendo que alguien la descubriera, temiendo que la dejaran sola. Al final el hombre se agachó y miró debajo de la mesa. A Zoe no le gustó su rostro. Sacó entonces la cerilla que llevaba en el bolsillo, como le había dicho su padre, la encendió, como le había dicho su padre. Se prendió fuego. El hombre se alejó mientras Zoe ardía. Lloró, arrastrándose hacia el cadáver. Le parecía que sus lágrimas eran de polvo.

Cuando recuperó el conocimiento lo primero que sintió fue la lluvia, el aguaceniza que caía sobre ella, que le daba fuerzas, que la despertaba. Estaba en un callejón, no sabía dónde. El cadáver de su padre estaba a su lado, la herida del pecho se había cerrado, pero no lo suficiente; ella había resurgido de las cenizas, él no. Intentó levantarse, pero no tenía fuerzas.

Había seguido lloviendo y su cuerpo volvía poco a poco a ser el que era. Durante mucho tiempo esperó que sucediera lo mismo con su padre, pero no fue así.

Era una niña, era débil, no podía vengarse. Y tenía miedo.

4

Garret presumía de conocer hasta el último rincón de Gorgon Enterprises. Había revisado toda la instalación eléctrica más de una vez, había reparado los extractores de aire y había instalado sensores que no estaban anotados en ninguno de los informes que debía rellenar. Su apariencia anodina le permitía entrar y salir sin que nadie se fijara en él, era una más de las paredes, una pieza del mobiliario. Se dio cuenta de pronto de que en realidad sus dos vidas no eran tan distintas, en ambas se confundía con el ambiente, en ambas mostraba algo que no era.

Se habían vuelto a poner el traje de El Caído, ya que allí dentro no iban a encontrarse con nadie. «El sombrero no nos hace héroes», pensó Garret, «pero nos sentimos más seguros si lo llevamos puesto». Caminaban dejando atrás puertas precintadas que era mejor no saber qué contenían, largos pasillos que llevaban a otras habitaciones cerradas. La vieja factoría llevaba mucho tiempo abandonada, pero no parecía haber sufrido los estragos del tiempo, Scream se ocupaba de que se mantuviera en buen estado, para que no se escapara ningún peligro de los que podía haber allí.

Se sentía inquieto. Ya había perdido a uno de sus hombres y miraba a los otros dos, que avanzaban pegándose a las paredes, buscando las sombras, mientras que él avanzaba de frente, llevando la luz.

Garret se preguntaba si la criatura sospecharía que la estaban siguiendo y los estaría esperando. Indicó a sus hombres que estuvieran preparados, ajustó el distorsionador de voz y esperó no sonar demasiado nervioso. Era consciente del peligro, de que sus hombres eran las últimas incorporaciones a la organización. No sentía que estuvieran preparados para una misión así. No esperaba poder detener a la criatura, pero sí conseguir la suficiente información sobre ella para que Scream pudiera detenerla.

Miró a sus hombres. Toole avanzaba con prudencia, le parecía también que Clift estaba más tranquilo, que era consciente al fin de la responsabilidad que tenían, de lo que suponía ser un héroe. Quizás lo había aprendido demasiado tarde. Deseaba que no fuera así, que al menos él tuviera otra oportunidad.

Avanzó por los pasillos. Allí las huellas se veían nítidas, pues el suelo estaba lleno de polvo, la criatura no había intentado entrar en ninguna de las habitaciones que dejaban atrás. Se había detenido al fin delante de una de las puertas. Garret pensó que había permanecido allí largo rato, como si hubiera estado dudando de si entrar o no, pues había un par de huellas muy nítidas, muy profundas. El precinto estaba roto. La puerta estaba abierta.

***

Todo estaba como recordaba. Zoe entró en el laboratorio pensando que las cosas no cambiaban, que sólo cambiaba ella. Había salido de allí siendo una niña que no entendía lo que hacía. En sus largos años de ausencia había aprendido, había estudiado el trabajo de su padre, y también había odiado.

Odiaba a Silenciador, pero estaba muerto. Odiaba a Ellen Gorgon, y tampoco había sido su mano la que había acabado con ella. No podía vengarse. Eso era algo que siempre llevaría clavado dentro.

Se agachó debajo de la mesa, allí donde se había escondido en tantas ocasiones. Sus manos buscaron el ladrillo suelto, sobre el que su padre le decía que se sentara; el que, cuando lo levantaba, dejaba a la vista un pequeño hueco en el suelo. Dentro estaba todavía el viejo cuaderno con las notas. Lo cogió con reverencia, temiendo que se deshiciera entre sus dedos y lo puso sobre la mesa. Reconoció la letra alargada y llena de picos de su padre, sus toscos dibujos, las fórmulas. De pequeña le había parecido un lenguaje mágico, ahora las entendía. Había tardado mucho en volver, había tenido mucho miedo, pero era su herencia. Le pertenecía.

El miedo volvió de pronto, agarrándola en un abrazo que la hizo temblar. Reconocía el sonido, pasos que se acercaban, alguien que respiraba, que entraría. Como antes. Como siempre. No. Ellen Gorgon estaba muerta. Se lo dijo una y otra vez mientras corría a ocultarse debajo de la mesa, había dejado el cuaderno encima. Esperaba que no lo viera. Esperaba… No, no era Gorgon. Reconocía la sombra. El sombrero de ala ancha, el largo abrigo. Era El Caído. Y entraba en la habitación.

***

Garret esperó a que Toole y Clift estuvieran situados antes de entrar. El laboratorio estaba patas arriba, como si alguien hubiera estado buscando algo, pero no había sido ahora sino hacía mucho tiempo. Todo estaba cubierto de polvo y ceniza. Había ceniza por todas partes, como si una tormenta hubiera sacudido la habitación. Excepto sobre un cuaderno que había encima de una de las mesas. Garret inspeccionó la habitación con la mirada, no se veía rastro de la criatura. Esperó un poco más antes de adentrarse en la habitación y dejarse ver. Suponía que de un momento a otro toda la ceniza esparcida por la habitación se levantaría y se abalanzaría sobre él, pero no lo hizo. Avanzó un paso más. Su silueta, amenazadora, impresionante, se recortaba contra la puerta. Cuando entrara se haría más pequeño pero intentaría conservar la primera impresión. Trucos de artificio que no estaba seguro de que fueran a funcionar.

Era lo que sabían hacer.

‘¿Quién eres?

Nadie contestó. A Garret no le temblaba la voz, ni las manos. Dio otro paso, pisando aquel mar de ceniza con serenidad. Si pudiera hacerla hablar. Si lo consiguiera. Captó de pronto un movimiento debajo de la mesa, fue muy leve, pero lo suficiente para acercarse. Garret se fijó en el cuaderno que había sobre ella, abierto en una página llena de fórmulas que él no comprendía. ¿Era eso por lo que había entrado allí? Se detuvo. No se atrevía a acercarse más. Ella estaba allí, escondida. Asustada quizás, como los ladrones de poca monta a los que se enfrentaban habitualmente. No sabía que el hombre que estaba delante de ella no era el héroe que fingía ser. Que ella podía destruirle con sólo tocarle.

O quizás no, quizás tenía una oportunidad.

‘No tenemos por qué ser enemigos. Hablemos.

La criatura había matado a uno de los suyos, pero eso ella no podía saberlo, para ella sólo había un Caído y estaba vivo. Era él. Y le tenía miedo.

Garret no pensó que a veces el miedo también es un motivo para luchar.

Algo salió rodando de debajo de la mesa. Un cuerpo aovillado que golpeó sus piernas con fuerza sin intentar agarrarlo. Garret sintió cómo el equilibrio le fallaba y caía al suelo, intentó agarrarse a la mesa pero no pudo, sintió un golpe en la cadera y el hombro. Ella se ponía de pie. No intentaba atacarlo. Iba a huir.

Desde las sombras, Clift disparó.

Maldita impaciencia. Tenía que esperar a que saliera, aparecer de pronto cuando ella estuviera fuera, como si fuera el mismo ser que había dejado atrás. Garret no sabía si la criatura había visto a Clift, ni si comprendía lo que eran. No distinguía bien sus rasgos, no sabía si había sorpresa en su rostro gris. Ella cayó a su lado y de pronto a Garret le pareció menos gris y más corpórea. La sangre que salía por la herida era roja.

—Como él. Era lo que tenía que ser. Si lloviera. Si lloviera…. —murmuraba.

Garret se levantó a duras penas. Los rasgos de la mujer se volvían nítidos, la piel se aclaraba poco a poco. Garret pudo distinguir los labios y el cabello muy corto que le cubría la cabeza, le pareció que era muy joven. Tenía los ojos muy abiertos.

—¿Lo hemos conseguido? ¿Hemos vencido? —la impaciente voz de Clift le habló por el intercomunicador y Garret asintió con la cabeza. Había vengado a Morgan, por eso había disparado, no por protegerle a él. Había cosas que Clift todavía no comprendía. Se agachó junto a la joven. Sí, habían ganado, pero no se sentía bien. La chica había cerrado los ojos, murmuraba todavía.

—Si lloviera, si lloviera.

‘Está lloviendo, fuera, dijo Garret. Y le pareció que la joven empezaba a llorar, pero lo que salió de sus ojos fue una mota de polvo. La cogió entonces en brazos y la llevó hasta la parte superior del edificio. Allí, en la terraza, la dejó en el suelo para que la lluvia cayera sobre ella. La herida empezó a cerrarse, muy lentamente. Ella había perdido el conocimiento, pero respiraba. Parecía tranquila.

Los refuerzos llegaban. Scream no tardó en unirse a ellos.

Clift y Toole dieron un paso atrás, nerviosos ante la presencia de quien era un gran ídolo para ellos, orgullosos del trabajo que habían hecho. Garret era ya miembro de los Caídos cuando Starr Miles lo reclutó, para él Scream era un hombre al que había visto crecer igual que a sus muchachos, que se había hecho respetar por todos.

—Había un cuaderno en el laboratorio. Parecía importante —informó Garret. No se había preocupado de cogerlo, ninguno de sus hombres tampoco. Todavía eran novatos.

—La interrogaremos cuando se recupere —añadió Scream.

Garret asintió. La encerrarían en el Aquerón. La interrogarían. Una amenaza menos para Ernépolis I, y ella no volvería a sentarse en un callejón bajo la lluvia. A veces el trabajo se hacía muy duro.

—Me dio la sensación de que simplemente tenía miedo.

—Vuelve al Aquerón y descansa, Garret —ordenó Scream. Tenía razón. Estaba agotado. Tal vez era el momento de hablar de la posibilidad de dejar el escuadrón y volver a un puesto más tranquilo dentro del cuartel general, más acorde con su edad y sus capacidades. No dijo nada. No quería hacerlo. Quería seguir enseñando a los novatos, seguir patrullando las calles. Quizás, algún día, al enfrentarse al peligro se sentiría como un héroe.

Miró a la joven un momento antes de alejarse, respiraba mejor. Resurgía de las cenizas.

2 comentarios:

k@ry dijo...

Me gustó mucho, muy bien narrado.Fantástica historia :)

Raelana dijo...

¡¡¡Muchísimas gracias!!! :D Me alegra mucho que te guste y ¡¡¡gracias por comentar!!!

Publicar un comentario