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Autor: Adolfo Arquimbau
Portada: Rubén Dávila
Autor: Adolfo Arquimbau
Portada: Rubén Dávila
Malena
sentía náuseas, éstas habían ido “in crescendo” durante las últimas tres
semanas y probablemente durarían aún unas semanas más, según le había dicho el
ginecólogo y según su propia experiencia. Por lo demás llevaba bien su
embarazo, mucho mejor que el de su primera hija, Dianne. Se apoyó en el brazo
de John, su marido y cerró los ojos.
—¿Podemos
volver a la mesa? —le dijo. Ya no me apetece tanto seguir bailando.
—¿Estás
bien? —la cara de preocupación de John era evidente.
Mientras,
Dianne no paraba de dar vueltas a la mesa volviendo loca a Elisabeth, la amiga
de Malena y ahora secretaria de John. Dianne había decidido que era mucho más
interesante ver una reunión tan aburrida desde debajo de la mesa que, por
supuesto, sentada tranquilamente en una silla.
La
recogida de fondos para luchar contra el RAM, el nuevo retrovirus que estaba
diezmando la población de Ernépolis I, parecía ir bien y la sala estaba
abarrotada.
Cuando
llegaron a la mesa, a Dianne le entraron unas ganas terribles de bailar con su
papá.
—Papi,
¿me sacas a bailar?
—Por
supuesto, una chica tan guapa y sin pareja, eso no puede ser —contestó John,
mientras miraba con ternura a Malena y ésta le guiñaba un ojo.
John
nunca había podido pensar en su mujer como lo que en realidad era, una curtida
militar y una de las mejores francotiradoras que había tenido el ejército, con
dos gotas púrpura y una estrella de platino al valor. No era precisamente una
mujer frágil. Pero él estaba en otro nivel, él era un superhéroe, aunque eso no
lo supiera casi nadie de la ciudad, ni siquiera Malena. Muchos se extrañarían
si le vieran levantar un coche con sus manos, sin su máscara puesta, o
simplemente batir algunos records olímpicos sin demasiado esfuerzo.
Se
subió a su hijita en los hombros, eso la colocó a casi dos metros de altura, y
entró en la pista de baile dando vueltas como un buldócer sin control mientras
Dianne no dejaba de reír.
Ya
era bastante tarde cuando se despidieron de sus conocidos y subieron al coche
para volver a casa. Elisabeth corrió tras ellos.
—Sr.
Greenhill —dijo Elisabeth, que no se acostumbraba a quitar el “Sr” y llamar
simplemente John a su jefe a pesar de las muchas veces que éste se lo había
pedido—. No se olvide de la reunión con Fargo Electronics de mañana a las 9:00.
—De
acuerdo Elisabeth. Nos vemos allí mañana.
No
podían imaginar lo que estaba por venir. La explosión, apenas medio kilómetro
después, levantó el vehículo más de doce metros en el aire y los últimos
pensamientos de John fueron que tenía que salvar a su familia a cualquier
coste, mientras veía cómo su hija salía disparada por la ventana.
***
Malena
recobró ligeramente la conciencia en una cama de una habitación pintada de
blanco y con su cuerpo dolorido y entumecido. No conseguía fijar su pensamiento
en nada y le zumbaban los oídos. Pronto volvió a la agradable oscuridad y
olvido del coma.
La
siguiente vez que abrió los ojos tenía a su alrededor a varios médicos y
enfermeras y estaba en lo que parecía ser un quirófano.
—Sra.
Greenhill, ¿me oye? Le dijo el anestesista. Ya hemos acabado, todo ha ido bien.
—¿Qué
ha pasado? ¿Dónde estoy? —balbuceó Malena.
—Ha
estado en coma mucho tiempo, intente descansar.
—¿Dónde
está mi hija…? ¿Y mi marido…?
Pronto
el fuerte sedante que le acababan de inyectar por uno de los múltiples tubos
que salían y entraban de su cuerpo hizo efecto y sus preguntas quedaron, de
momento, sin respuesta.
***
El
funeral fue breve, pero intenso. Malena estaba sentada en una silla de ruedas
que Elisabeth le ayudaba a usar. Los amigos de la familia, los directivos de la
empresa en la que trabajaba John y algunos militares de alto rango rodeaban la
fosa mientras el cura recitaba los salmos.
La
nube estaba especialmente oscura hoy. Malena no sabía si porque era así o
porque se lo parecía a ella. Era normal que padre e hija, tan unidos en vida,
siguieran unidos luego, pensó Malena, que no conseguía llorar su pérdida. Se
sentía mal por no echar de menos igual a su hijo no nato y al que tampoco
llegaría a conocer.
Un
hombre alto y fornido, casi tanto como lo había sido su marido, con el pelo
intensamente pelirrojo y de fuertes rasgos, miraba fijamente a la fosa, su cara
denotaba tristeza y rabia. Malena no le conocía, pero seguramente se trataba de
algún amigo de John.
Cuando
acabó, todos fueron dando la mano a Malena y expresándole el pésame. El
desconocido le dio un fuerte apretón de manos y la miró fijamente a los ojos
unos segundos. Malena se dio cuenta de que esa mirada tenía algo que le
recordaba a la de su marido, como si también tuviera cosas que ocultar, como si
debajo de esa apariencia normal existieran muchos secretos, como si soportara
una inmensa carga. Luego, el desconocido se alejó rápidamente.
El
coronel Parkinson fue el último en acercarse a ella y aprovechó para hablarle.
—Malena,
sabes que puedes volver al servicio activo cuando quieras. Serás bien recibida.
Sé que el trabajo de oficina nunca te ha ido demasiado.
—Gracias
coronel —contestó Malena, pero la decisión de pasar a entrenar grupos de asalto
en lugar de liderarlos fue irrevocable—. Antes tenía la excusa de mi hija y mi
marido. Ahora debo recapacitar y pensar en mi futuro.
—Como
quieras, pero la oferta sigue en pie. Tómate el tiempo que necesites.
Mientras
se alejaba, el teniente que le acompañaba le preguntó:
—Coronel,
eso que lleva en la solapa ¿son dos gotas púrpura?
—Por
supuesto, y bien merecidas.
—Uf…
muchos darían uno de sus brazos por tener una de esas. 50 objetivos eliminados
y comprobados por cada una. No sabía de nadie que tuviera dos.
—Pues
ella podría tener alguna más, pero no permitió que metieran observadores en
ninguna de sus misiones, decía que no era seguro para ellos.
El
vehículo que el ejército había puesto a su disposición la estaba llevando a
casa. El pequeño televisor integrado en el reposacabezas estaba emitiendo las
noticias. Malena tenía claras dos cosas: no descansaría hasta que el que les
había hecho esto pagase por ello, y respetaría la memoria de John, su amor, su
superhéroe secreto.
El
presentador hablaba una vez más del Caído. Le asociaba a un oscuro asunto de
terrorismo contra una empresa de investigación inmunológica. Malena apenas
escuchaba.
Ni
John podía imaginar que ella lo sabía, pero era muy difícil esconder una doble
vida a la mujer que comparte todo contigo. Las ausencias imprevistas, la cara
de preocupación sin motivo aparente, el estar pensando en otras cosas mientras
hablaban… Al principio pensó que se trataba de un asunto de faldas, incluso
llegó a sospechar de su antigua amiga Elisabeth. Hubiera dolido, pero
probablemente les hubiera acabado perdonando, les quería demasiado a ambos.
Las
minicámaras indetectables del ejército, que consiguió de un amigo del
laboratorio, le confirmaron lo que ya había sospechado y nunca se atrevió a
preguntar a John. Su marido había dedicado su vida a combatir el mal y a
proteger a la población de Ernépolis I. Él tenía un don para ello, sus
increíbles capacidades físicas. Ella no disponía de esa ayuda, pero podía
utilizar otras habilidades para seguir con el trabajo de John.
***
Había
estado estudiando a ese cabrón durante dos meses. Por fin le tenía donde
quería.
Era
muy difícil intentar acabar con alguien que tiene la capacidad de desaparecer
de un sitio y aparecer en otro cercano en una milésima de segundo. El “Phaser”
se hacía llamar. Alguna ver habían intentado explicar su poder en los
documentales de la tele mediante complejas teorías de ondas y fases temporales.
El hecho es que podías tenerlo en la mira y de repente desaparecer para
aparecer unos metros más allá. Eso le había sido muy útil para su
entretenimiento principal: robar bancos.
Pero
después de sembrar algunas zonas de la ciudad de dispositivos de localización
de alta tecnología, Malena había encontrado una pauta y también unos límites a
su excepcional poder. Primero, no podía desplazarse, por donde fuera que se
moviera durante el proceso de transportación, más allá de unos metros. Así que
decidió preparar su plan en una zona amplia y sin obstáculos. Sólo necesitaba
paciencia y un francotirador la tenía a capazos llenos.
En
segundo lugar, y mucho más importante para sus objetivos, la zona del espacio
de destino del “salto” de Phaser, mostraba un leve chisporroteo justo antes de
aparecer él.
La
bala explosiva, que se había fabricado minuciosamente para la ocasión en el
taller de su casa, hizo el resto. Su cabeza reventó en el primer impacto, como
siempre, pero de todas formas tres balas más iban más o menos al mismo sitio en
zonas alternativas y más improbables de aparición, iban justo detrás de la
primera y no encontraron nada más que destruir salvo la cuarta de ellas que
arrancó una pierna limpiamente del cuerpo, ya cadáver, de Phaser.
Con
éste llevaba seis indeseables en su haber, pero no era uno más, ni mucho menos,
era el más importante. Phaser era el responsable de la muerte de su familia. Su
habilidad especial le había permitido meter una bomba debajo del asiento de
John. ¿Qué impulsaba a esa gentuza a hacer lo que hacían? Estaba claro que
Phaser era un ladrón ambicioso y que su marido le molestaba para su propósito,
pero ¿y los otros? Muchos de ellos no parecían necesitar dinero y, aunque no
desdeñaban el poder, tampoco lo buscaban claramente. La mayoría se limitaba a
luchar continuamente contra los superhéroes del otro bando e intentar
destruirles de cualquier modo. Era como una guerra que no tuviese muy en cuenta
al resto de los habitantes de la ciudad, convertidos simplemente en un estorbo
o en peones para ejercer presión sobre el enemigo. ¿Y los superhéroes, los
buenos, qué harían cuando acabasen con todos los malos? ¿Se dedicarían a hacer
algo útil?
Siempre
se recriminaría por haber permitido a Dianne sentarse delante ese día. Que ella
estuviera mareada y la posibilidad de tumbarse en el asiento trasero habían
contribuido a ello, pero eso la había salvado a ella y había matado a su
preciosa hija. Aunque John también había puesto su granito de arena para
salvarla: nadie podía explicarse cómo el cuerpo de John, literalmente
reventado, había acabado en el asiento de atrás y abrazándola contra el asiento,
absorbiendo la mayor parte de la explosión y de la caída posterior del
vehículo. Todos hablaban de un milagro, ella sabía la verdad.
¡Cómo
echaba de menos a su chicarrón!
***
Malena
estaba trabajando en su taller, añadiendo un sensor sónico a la mira telescópica
de la ametralladora pesada. Eso le sería imprescindible para acabar con su
siguiente objetivo: una chica capaz de derribar un muro de cemento simplemente
gritándole. Los efectos de ese grito sobre un cuerpo humano no eran menos
impresionantes. Como los efectos de la onda sónica eran muy amplios, no podía
plantearse disparar ella personalmente esta vez, porque la chica oiría el ruido
del disparo y gritaría inmediatamente en su dirección. Salvo que lo hiciera
desde muy lejos y esa gritona se comportaba como un niño hiperactivo, así que
descartado. Optó por preparar un sistema automático que simplemente respondiera
al punto de origen del sonido.
Al
principio pensó que bastaría con disparar… y disparar de nuevo unas décimas de
segundo después, pero eso no tenía en cuenta la posibilidad de que la chica no
gritara para poder localizar y apuntar correctamente. Tenía que esperar a
“escuchar el grito” y evitar al mismo tiempo que las primeras vibraciones
desplazaran el sistema de puntería: una ametralladora pesada fuertemente
anclada al terreno, balas de alta velocidad y una cadencia de disparo muy
elevada podían conseguirlo.
La
televisión hablaba de nuevo del Caído. Ese engreído estaba amenazando a la
ciudad y diciendo a quien quisiera oírlo que la ciudad era suya… otra vez.
Pronto le tocaría el turno, pero de momento había villanos mucho más peligrosos
y sanguinarios en la calle.
Como
todas las semanas, había quedado a tomar café con Elisabeth, por lo que dejó el
trabajo y subió al salón para prepararlo todo. El apoyo de su amiga fue
fundamental en los momentos más duros. Sin ella no quería ni pensar en qué
hubiera hecho.
Elisabeth
fue puntual y venían con ella un par de compañeras de la oficina a las que
Malena conocía de vista. Fue una tarde entretenida y le ayudó a evadirse por
unas horas de otros temas más serios. ¿Cómo conseguía John desconectar de su
“trabajo real” cuando estaba con ella?
***
La
oficina del coordinador de la zona 66 de los Caidos estaba llena de gente.
Había un nuevo héroe en la ciudad y no sabían nada de él o ella. Lo que estaba
claro es que era muy eficiente limpiando las calles de alimañas, ocho que
supieran ellos, aunque sospechaban que eran más, y casi todos de la misma
manera: con un certero disparo.
Fritz,
el coordinador, estaba dejando hablar a todos los de su equipo de asesores.
Unos apostaban por un superhéroe con poderes orientados a inmovilizar a sus
víctimas o a quitarles momentáneamente sus habilidades, pues no se explicaban
de otra manera el hecho de que hubiera podido acabar tan fácilmente con Phaser
o con Proyector, alguien capaz de proyectar imágenes de sí mismo a su alrededor
indistinguibles para ningún instrumento de los que habían probado. Otros
pensaban que si fuera muy, pero muy rápido, tal vez pudiera haberlo conseguido
igualmente.
Aunque
estaba el caso de Bodro, una mole de más de trescientos kilos, una fuerza
descomunal y una armadura de grafitanio. Ahí la velocidad no hubiera servido de
mucho, ese bestia podía aguantar lo que fuera que le lanzasen. Aunque de poco
le valió contra una diminuta bala repleta de toxina botulínica que le impactó
en el hueco entre las dos piezas del codo del brazo derecho. Como en el caso de
las armaduras medievales, el punto débil estaba en las juntas. El pobre diablo
quedó paralizado y murió asfixiado cuando sus pulmones dejaron de llenarse de
aire.
Algún
resorte se movió y encajó en la cabeza de Fritz cuando hablaron de la habilidad
necesaria para acertar en una zona tan estrecha y en continuo movimiento, que
se abría ocasionalmente lo suficiente para dejar pasar la pequeña bala, pero
que normalmente estaba cerrada. Eso, cuando menos, era algo portentoso y al
alcance de muy pocos. Pero descartó inmediatamente la idea, la pequeña y
adorable mujer de John no parecía la persona capaz de ir correteando por ahí
machacando monstruos, aunque su capacidad para hacerlo podía ser muy cierta por
lo que le había comentado su amigo y compañero de tiempos ya casi olvidados. De
todas maneras, decidió que tenía que ir a visitarla. No sabía aún qué excusa le
pondría, tenía que pensar en algo. Quería preguntarle sobre tiradores expertos,
tema en el que esa muchacha era una eminencia. No sería difícil manipularla y
sonsacarle todo lo que supiera.
Volviendo
al tema que les ocupaba, acabaron decidiendo que necesitaban más información,
pero se habían abierto vías nuevas para seguir avanzando. Los Caidos estarían
al tanto de cualquier dato sobre la nueva amenaza.
***
El
pelotón de Caídos estaba de patrulla entre las calles Milton y Savana. Estaban
siguiendo al Increíble Fang, un bicho del planeta Rogan lleno de pinchos y con
muy mal carácter, y preguntándose cómo podrían capturarlo de nuevo y encerrarlo
por una buena temporada. Tal vez el abordaje directo funcionara, así que El
Caído hizo su aparición un poco por delante de Fang.
La
voz del Caído, pensada para causar temor, no impresionó especialmente a Fang
que se limitó a disparar su arma de agujas múltiples hacia la zona en donde se
encontraba el Caído, o al menos donde parecía estar. Unos pequeños impactos en
la pared seguidos de explosiones les indicaron al equipo que no había sido una
buena idea. Tener la precaución de haber proyectado la imagen les había
salvado.
Fang
corrió hacia la pared opuesta y comenzó a ascender rápidamente por ella gracias
a sus seis brazos/piernas que se adherían sin problemas a los ladrillos.
Una
red disparada por el grupo rodeó a Fang y se ancló fuertemente en la pared, ya
le tenían. El Caído se acercó rápidamente mientras el resto del equipo rodeaba
la zona y bloqueaba posibles vías de escape. Fang comenzó a seccionar la malla
con un cuchillo láser.
Entonces
un pequeño chorro de sangre salió de la sien del Caído y, poco después, se
escuchó el terrible disparo. El cuerpo del Caído comenzó a autodestruirse y
pronto no quedó más que unas pocas ropas ardiendo en el suelo entre las cenizas
que lo impregnaban todo.
Un
segundo disparo, seguido por otros dos, pusieron a todo el resto del grupo en
guardia, aunque sabían que nadie podía verles porque sus dispositivos de
ocultación eran muy eficaces.
Inmediatamente
intentaron localizar el origen del ataque y tardaron en llegar a la azotea
desde donde se había producido. Estaba a más de 300 metros, eso explicaba que
hubieran oído el disparo después de haber llegado la bala. Un excelente tirador
sin duda. Un casquillo oculto en un desagüe del suelo fue todo lo que
encontraron. Con las prisas debió de olvidarlo.
Cuando
descendieron comprobaron que Fang colgaba inerte en la red con un buen agujero
en su cabeza, otro en su pecho y otro en lo que parecía su abdomen. El tirador
no se había querido arriesgar pues cualquiera sabía dónde podía tener el
cerebro aquella cosa.
Limpiaron
todo y se llevaron los restos al cuartel.
El
segundo Caído murió una semana después.
***
Malena
y Fritz habían quedado en el museo de antropología. A esas horas estaba
bastante vacío pues no era horario escolar.
Malena
no se sorprendió cuando recibió la llamada de un antiguo amigo de su marido que
quería comentarle un asunto importante, y tampoco cuando descubrió que se trataba
del desconocido del cementerio.
—¿De
qué conocía a John, señor Fritz?
—Fuimos
compañeros de trabajo hace algunos años —contestó éste.
—¿También
llevaba usted mallas y antifaz? —preguntó Malena mirando fijamente a los ojos
de Fritz.
Se
produjo un silencio incómodo y Fritz notó que su cara estaba muy caliente,
esperaba que el rubor no fuera demasiado evidente. Pensó rápidamente en alguna
respuesta apropiada pero cuando vio la mirada franca y limpia de la mujer la
descartó.
—¿Desde
cuándo lo sabe?
—Desde
poco después de casarnos. Por cierto, no le vi a usted en la boda.
De
nuevo se produjo un silencio incómodo y Fritz comprendió que no iba a ser fácil
manipular a aquella mujer. Le había puesto a la defensiva desde el primer
momento.
—No
pude ir porque estaba… ocupado en algo… importante.
—Imagino
que salvar al mundo es más importante que estar en la boda de un amigo. Y ¿se
puede saber qué es eso tan importante que quería comentarme hoy? ¿O es también
algo secreto que no puede decirme?
—Señora
Greenhill, creo que le debo una disculpa y le pido que me permita comenzar de
nuevo, ¿puedo llamarla Malena?
Malena
era buena leyendo el lenguaje corporal. Algo le decía que podía confiar en ese
hombre al que no conocía de nada.
Fritz
interpretó la falta de respuesta de Malena como un sí y comenzó a explicarse:
—Malena,
yo era compañero de John cuando comenzamos juntos en esto. No fui a vuestra
boda porque estaba en el hospital conectado a una máquina de respiración
asistida y en coma. Creo que has tenido ocasión de comprobar lo que es eso, no
tienes mucho margen de maniobra en esa situación. John no lo sabía y no nos
volvimos a ver desde entonces porque… yo ya no era útil como compañero y porque
he tardado mucho en recuperarme lo suficiente como para hacer una vida más o
menos normal. Perdí… me arrebataron mis habilidades.
—Le
echo mucho de menos —dijo Malena, y una lágrima rebosó su párpado y descendió
por su mejilla. Malena desvió la mirada y de repente sintió mucha curiosidad
por la alfarería neocolonial del planeta Ernépolis III.
—Creo
que te debía esta visita y que te debía las explicaciones que te estoy dando,
aunque debería haberlo hecho mucho antes —añadió Fritz.
—De
acuerdo, ¿en qué puedo ayudarte exactamente? —Malena volvió a mirar fijamente a
Fritz y ni rastro de tristeza o pesar se notaba en su rostro. Hubiera sido una
excelente jugadora de póker, pensó Fritz.
—Necesito
que me hables de francotiradores.
Malena
se puso en guardia.
—¿Qué
quieres saber?
—¿Conoces
a alguien capaz de hacer blanco a 600 metros?
El
equipo de investigación asignado al “Tirador” como ya le llamaban internamente,
había deducido que el tercero de los ataques a Caídos se había producido desde
esa distancia.
—Es
una distancia considerable, pero no imposible. Yo misma he conseguido impactos
al doble de esa distancia. El problema es el tiempo de vuelo, el objetivo debe
permanecer quieto varios segundos o bien prever su posición cuando el proyectil
llegue. Por lo menos seis personas en este planeta y bastantes más en otros,
podrían realizarlo fácilmente.
La
admiración y el respeto de Fritz por esa pequeña mujer iban en aumento. ¿Había
hecho blanco a 1.200 metros? La más mínima brisa, la humedad del aire, el
propio movimiento de rotación del planeta podían influir en un disparo así.
—¿Me
podrías dar una lista? —preguntó Fritz.
—¿A
qué te dedicas exactamente ahora, Fritz?
Esa
mujer era única para ponerle entre la espada y la pared.
—No
puedo decírtelo pero…
—Entiendo,
el futuro del Universo conocido y hasta del desconocido depende de mi
colaboración —acabó la frase Malena.
Malena
cogió el tique de entrada al museo, escribió en él cinco nombres y se lo metió
a Fritz en el bolsillo mientras, de puntillas, le daba un beso en la barbilla
porque no alcanzaba la mejilla y se fue sin mirar atrás.
***
Un
mes sin ataques. Fritz dirigía personalmente el grupo de asalto que debía
analizar los sistemas de seguridad del edificio Fitzgerald Barnes, donde
pensaban que se escondía la gente de Hades.
No
había sido fácil localizarles porque su fuerte era precisamente ese: la
invisibilidad. En ese tema eran mejores que los propios Caídos. Alguna vez
habían hecho bromas respecto a que podían acabar asaltando una habitación vacía
sin darse cuenta de que estaban todos allí. El detector de sonido, capaz de
identificar a una persona por su latido cardiaco, podría ayudar, pero igual
disponían ya de alguna contramedida. El eterno problema de la iteración de
medidas y contramedidas, el que tuviera la última, ganaba.
Una
cosa era evidente, el edificio estaba muy bien protegido y no todos los
sistemas eran de detección, sino que muchos eran de eliminación de amenazas. Ya
habían neutralizado una mina térmica que actuaba con el simple calor corporal,
y un grupo múltiple de láseres que se disparaban al pisar en el pasillo de
entrada. Afortunadamente podían desplazarse por las paredes sin necesidad de
pisar el suelo, pero no podían seguir por allí, al menos si no querían que
hasta el último habitante del lugar les detectara. Tendrían que intentarlo por
el exterior.
Impartió
órdenes a su equipo para que tomaran posiciones cerca de la entrada y que
capturaran a cualquiera que intentara huir, mientras que él subía al edificio
de al lado con la intención de lanzar un cable y entrar por el tejado del
Fitzgerald Barnes. Sería una ascensión larga.
Como
siempre, seguía el protocolo y se desplazaba en completo silencio, con su
máscara de oscuridad a tope y proyectando el señuelo del Caído unos metros por
delante. Tardó unos minutos en llegar arriba y preparar el lanzamiento del
cable. La pequeña explosión destruyó parte de una chimenea de ventilación a su
lado, justo en la zona más oscura de su sombra. Otras dos estuvieron muy cerca
de alcanzarle pero él, afortunadamente, se había desplazado rápidamente tras el
bloque de motores de ascensores de la zona sur del edificio mientras que seguía
proyectando sombras en su anterior posición y sobre el señuelo que parecía no
haber engañado a su atacante.
¿Quién
sería? ¿Alguno de los secuaces de Hades o el Tirador?
Estaba
acorralado y su equipo tardaría demasiado en subir a apoyarle. Temía escuchar
el golpeteo de una granada entre sus pies en cualquier momento. Le quedaba poco
tiempo para pensar en algo. Cuando le encontraran no sería más que un
montoncito de humo y cenizas. Así que decidió jugarse el todo por el todo.
—Por
favor Malena, no dispares, voy a salir.
No
recibió respuesta. Un francotirador experto jamás revelaba su posición. Levantó
los brazos y salió despacio de su escondite.
Malena
le tenía a tiro… una vez más, ¿de verdad sería inmortal como se rumoreaba, como
un ave fénix que renace de sus cenizas? Ella misma le había matado ya tres
veces, estaba segura de ello. ¿Cómo se podía matar a un ser inmortal? Pero
¿cómo sabía su nombre? Le había llamado Malena.
Entonces
el Caído, que había salido sin sombras, sin proyecciones, sin engaños, hizo lo
único que sabía que podía salvarle: se quitó el sombrero, se quitó la gabardina
y mostró su verdadero rostro a su enemigo.
Malena
no podía creerlo, el Caído… era Fritz, el amigo de su marido, aunque Fritz le
había confesado que ya no tenía poderes, y ella le creía. ¿Entonces? Sólo había
una explicación posible: no había un solo Caído, todo empezó a encajar.
Fritz
esperó nervioso durante bastante tiempo, que a él se le hizo eterno. Hasta que
comprendió que el peligro había pasado y bajó los brazos. Si quería matarle ya
lo hubiera hecho. Malena debía haberse ido ya. Sabía que el Tirador no volvería
a atacarles, salvo que se convenciera de que estaban en el bando equivocado.
Tendrían que ir con pies de plomo a partir de entonces, hablaría con Scream.
Hacerse pasar por lo que no eran no sólo atraía a los que querían atraer, ni
apartaba sólo a los que querían apartar.
La
idea de matar a Malena ni se le pasó por la cabeza. Ellos no actuaban así. ¡Qué
mujer!
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